29/05/2022
 Actualizado a 29/05/2022
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Las piscinas municipales son un invento que ha solucionado el verano de muchísima gente desde tiempos sombríos. En León, solemos tener que esperar hasta San Juan para verlas abiertas. En otros sitios se adelanta la cosa un mes, pero con características bien diferentes. Lejos de las maravillosas praderas con árboles del estilo de nuestra Sáenz de Miera, tan bien pensada, en algunos de aquellos otros sitios hay pobreza de árboles y hierba. En los recintos de sus piscinas públicas prolifera y arde que se mata con el calor el césped artificial, que puede que sea algo mejor que la gravilla para ser pisado descalzo pero es de muy mal gusto.

Decía Antonio Gala que las flores de plástico eran lo peor. Y es que no hay nada más triste que recrear el mundo vegetal con plástico. La recreación animal cuela en cualquier material, sea esparto, mimbre, madera, piedra, cuero e incluso plástico, pero la recreación vegetal con este último es detestable. Y ominipresente ya, tanto como la recreación animal en todo espacio/tiempo. Desde que me fijo, he visto césped artificial en jardineras a la entrada de organismos oficiales, en las medianas de calzadas de doble carril, en azoteas con servicio de bar en hoteles, en terrazas particulares. Cutranga va, cutranga viene, sin ninguna necesidad.

Prepárense los veraneantes porque se van a enfrentar al monstruo verde este estío. Aunque pensándolo bien, puede que a muchos les agrade, de tan extendido que está. Para mí solo era aceptable al pie de los escenarios al aire libre del Sónar, ideal para descalzarse haciendo la serpentina bailada.

Teniendo en cuenta lo que pica y lo húmedo que suele estar el césped de verdad, debe de estar todo mu mal para que me ponga yo a defender a semejante gramínea pelúa. Abogado del diablo por la fuerza de la sensibilidad al feísmo, me he vuelto. Tremendo desajuste.
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