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Cerrado por virus

10/12/2020
 Actualizado a 10/12/2020
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La semana pasada os di el turrón con lo de que los hombres no éramos iguales. Pues en esa estamos, también, en esta. Nuestros gobernantes, los de Madrid y los de Valladolor, han demostrado en la gestión de la crisis que padecemos desde marzo una estrechez de cerebro muy preocupante. Vale que en la primera ola, (la del confinamiento brutal y abusivo), estaban perdidos y se agarraron a la herramienta del ‘estado de alarma’ porque no tenían ni puta idea de cómo combatir al dichoso bicho. Sesenta mil muertos y miles de negocios cerrados después, cuando después del verano la cosa se volvió a salir de madre, aplicaron la misma medicina, aunque un poco más atenuada. Cerrar los bares y los restaurantes de todos los pueblos y ciudades de Castilla y León, (y de muchos más sitios), se convirtió en la única arma con que contaba el poder para lograr vencer a la pandemia. Yo no sé si ha sido esta iniciativa la que ha reducido el número de contagiados; seguro que no. Además, lo han hecho sin distinguir grandes ciudades de pequeños pueblos, como si todos fuésemos iguales, cuando, como dije al principio, no lo somos. Recetar la misma medicina para todos es, hablando en términos médicos, una estupidez. En mi pueblo, por ejemplo, sólo ha habido dos casos de coronavirus en todo este tiempo. Y, los dos, fueron ‘importados’. Hablo de mi pueblo como podría hacerlo del ochenta por ciento del resto de los pueblos de la provincia. Volviendo a mi pueblo, los únicos que vienen y que podrían contagiarnos son la panadera de la Mata, el pescadero de Sabero, un carnicero, de León, y un charcutero de Villalón de Campos. También vienen todos los días a trabajar los guardias civiles del cuartel, dos empleados del ayuntamiento, dos maestros y, una vez al mes, el camión del bibliobús. El resto de la gente que circulamos por las calles somos habitantes permanentes. Con estos antecedentes, también nos cerraron el bar. Cualquier persona que no tenga orejeras como los burros en la cabeza, se daría cuenta que no se puede hacer lo mismo en Valladolid o en León que en Astorga o en Valencia y, mucho menos, que en Vegas o Cimanes, pongo por caso. Primero, porque en estos últimos lugares casi no vive gente. En segundo lugar, porque cerrando el bar estás impidiendo que la gente se relacione, que es, muchas veces, más importante que no estar enfermo. No sé si habéis leído las últimas estadísticas sobre suicidios. Son descorazonadoras: el suicidio se ha convertido en la causa más frecuente de muerte no natural en España. El día menos pensado, alcanzaremos a los fineses o a los suecos, hasta ahora los que más se quitaban de en medio. En Francia, se suicida un agricultor al día, lo que es aterrador. Un hombre se borra de la vida generalmente por motivos económicos, sobre todo, pero también porque no soporta la soledad. Y, en esta sociedad, la soledad está cada vez más presente. Los bares, en los pueblos, son los lugares de reunión de gran parte de sus habitantes, como también los son las iglesias. Un pueblo sin bar y sin iglesia, es un pueblo abocado a la desaparición. Yo veo a mis amigos en el bar, dónde vamos todas las mañanas a tomar café, que, por supuesto, sólo es la excusa para poder hablar, cotillear o poner a parir al que no esté presente. Lo importante es vernos, saber que seguimos respirando, saber que no nos ha venido a visitar el puto virus o cualquier otra desgracia.

Pues no. Somos, los de los pueblos, personas tan peligrosas como los de la ciudad. Tenemos, por lo visto, los mismos números de lotería que ellos para caer enfermos, cuando las estadísticas, esas a las que se aferran los que nos gobiernan, dicen todo lo contrario.

El otro día, en una de mis escasas visitas a la capital, me di una vuelta por el Cid y por el Húmedo. Conté no menos de diez carteles de ‘se traspasa’ o de ‘se alquila’. Me imagino que en el resto de las ciudades del país ocurre lo mismo. Siendo este un país de camareros, es para que se pongan los pelos, (quién los tenga), de punta. Si España fuese Alemania, o Francia, o los Países Bajos, este asunto no tendría importancia. Ellos tienen industria y les da igual que se cierren o que se abran bares. Aquí no tenemos. Las distintas reconversiones, obligadas por Europa, nos dejaron sin tejido productivo. Lejos quedan aquellos datos de España como octava potencia económica mundial, logro conseguido sobre la base de las industrias públicas que nos dejó el General. El INI, un organismo público y nacional, se vino abajo como si fuese un castillo de naipes. Sólo nos quedan los bares y los restaurantes donde vienen los europeos a ponerse morados y a mamarse por cuatro euros. Si nos cierran también estos establecimientos, apaga y se acabó: todo a la mierda.

Cuando escribo esto, estamos en capilla ante la posible elección de León como sede europea de ciberseguridad. Ojalá nos toque la lotería con quince días de antelación, aunque lo dudo. No está España, ahora mismo, para competir contra nadie. Somos el culo de Europa, nunca mejor dicho. Nos han pasado por la izquierda hasta los portugueses... Salud y anarquía.
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