23/10/2020
 Actualizado a 23/10/2020
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Vivimos días extraños, con la sensación de formar parte de un cuento de Edgar Alan Poe, donde todo lo malo puede empeorar. Puertas que se abren y cierran, impiden y permiten pasar al mismo tiempo, abocándonos a túneles que llevan a un marzo otoñal. Como en todo cuento que se precie, aparecen reyes y una princesa tan dulce y rubia como deben ser las princesas, recitando un discurso envasado al vacío «Tengo casi quince años… Sigo de cerca lo que sucede en mi país…» y con voz angelical, pide a los jóvenes «solidaridad y responsabilidad, que pasa por no olvidarnos de las personas…». Pronto se intuye que el cuento es más Real que real, la princesa sabe de la irresponsabilidad de algunos, pero no de los jóvenes sanitarios que reclaman trabajo y sueldo dignos, mientras su presencia es vital en nuestros hospitales. Con lo buena portavoz que hubiera sido… Tampoco afearon su discurso mencionando a los verdaderos olvidados, los ciudadanos que la enfermedad se está llevando sin conseguir una cita médica presencial, porque ahora la muerte es telefónica, en el supuesto de que te cojan el teléfono. Será que uno anda con la piel muy fina, pero tampoco encaja la palabra Solidaridad en boca de una niña con más escoltas y coches oficiales, que médicos y ambulancias hay en muchas comarcas del país que pretende reinar. El mismo país en el que ha muerto Cristina, de cáncer y miseria, sin más ayuda que los alimentos y el pijama facilitados por la Plataforma de Afectados por Hipotecas del Bierzo. Ayuda negada por los Servicios Sociales, que no procede llevar pan, y mucho menos un médico a quien, estando empadronada en Ponferrada, vivía en Arganza. Bendita Solidaridad burocrática. Se siente Princesa, te han engañado. Este país está demasiado cansado, triste y confuso para cuentos de Disney. Ya somos más de Poe, de trapas bajadas, tratamientos y operaciones aplazados, ambulatorios vacíos, autobuses llenos y puertas cerradas que los guardianes de la llave maestra, abren y cierran siguiendo algoritmos políticos. Esos que, lejos de solucionar el problema, lo agravan, consumiendo nuestro dinero y su tiempo en mociones de basura y reparto de jueces afines que limen sus tropelías. Provocan tanta vergüenza que desearíamos pertenecer a otro libro, ser La Guindilla mayor de Delibes para cerrarles el negocio llamado Congreso, reconvertido en chiringuito, con un cartel: Cerrado por deshonra… Hasta que Poe maquine un final para nosotros, que no podrá ser peor que el que están escribiendo nuestros políticos.
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