16/12/2021
 Actualizado a 16/12/2021
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Estando a la puerta de la Navidad, un servidor decide, en el pleno uso de sus escasas facultades, que hoy no toca encabronarse, por lo qué no voy a poner a parir a nadie; ni a los políticos, ni a los intermediarios lácteos, ni a los hijos de puta habituales que pululan, como fantasmas sin castillo, por nuestras calles. Hoy, voy a daros una receta para que la preparéis en las fiestas, porque mola un montón, es sencilla y vais a quedar como dios ante vuestra familia y amigos. Es una receta antigua, muy antigua, pero rompedora, irreverente, como si la hubiese preparado Dabid Muñoz y os tangase trescientos pavos por ella. La intentó un noble francés, porque sólo se le puede ocurrir a un francés mezclar carne curada con cefalópodos... Cuando en el año 1095 el Papa Urbano II convocó a todo el orbe cristiano para reconquistar Jerusalén, la primera Cruzada, fueron cientos de miles los que acudieron a su llamada. Partieron de toda Europa, menos de aquí, de España, porque ya teníamos bastantes moros que matar al lado para ir a buscarlos a tierra santa. Del sur de Francia, de la Occitania, fue de dónde salieron los mejores ejércitos, los más profesionales. De Toulouse partieron dos hermanos, miembros de la familia más poderosa del lugar. Quedaron otros dos, Pierre y Dennis, al cuidado de sus posesiones. Pero Dennis quería aventuras y acción, por lo que no se conformó con su suerte y decidió, una vez marcharon sus hermanos mayores, que él también iría de peregrinación.

No a Jerusalén, sino a Compostela, en el fin del mundo, para rezar ante la tumba del apóstol Santiago. Después de un largo viaje sin incidencias dignas de resaltar, llegó a León, capital del mayor Reino cristiano de España. Valiéndose de su nobleza, consiguió que el Rey lo recibiera y cenó con él en el comedor real. La verdad es que la corte leonesa no era nada del otro mundo. Su castillo, en Toulouse, valía más que el del monarca y sus tierras eran, por lo menos, igual de extensas. Aquella noche, Dennis tuvo una revelación cuando probó un alimento nuevo para él: comió cecina de vaca, curada y ahumada y le pareció el manjar más sabroso del universo. Así se lo dijo al Rey, que, ¡claro!, quedó muy satisfecho con el halago. Después de la cecina, le dieron a probar chipirones a la plancha, traídos del mar Cantábrico, con su poquito de aceite y de perejil encima; otra vez de nuevo, una novedad para el galo. Como le quedaban en el plato varias lochas de cecina, Dennis cogió una y con ella envolvió el chipirón y se lo metió en la boca. Fue, según contó a su hermano a la vuelta, una sorpresa inconmensurable, una explosión de sabores que le dejaron anonadado durante un buen rato. Hasta el Rey le preguntó si se encontraba bien...; tal era su éxtasis.

Bueno, ahora que os he contado la historia, vamos con la receta, un poco mejorada, espero.

Compráis lonchas de cecina muy finas, si es posible de Astorga, y más concretamente de Feblame, que, hasta que alguien me demuestre lo contrario, es la mejor con bastante diferencia. Los chipirones no hacen falta que sean frescos. Hay que mirar la pela y los congelados os servirán para hacer la receta. Lo importante es que sean grandes. Colocáis la cecina en un plato grande, con las lonchas amachambradas. En una sartén, vertéis varias cucharadas de vinagre de Módena y una pizca de miel. Lo dejáis reducir un poco y lo reserváis. Limpiáis los chipirones lo mejor posible, desechando las patas. Los secáis con papel absorbente y en una plancha con un poquito de aceite los hacéis, ni mucho ni poco, en su punto, dándoles la vuelta a los dos minutos. Cuando estén hechos y ayudados de unas pinzas, los vais colocando de uno en uno encima de las lonchas de cecina. Con mucho cuidado, vertéis el vinagre reducido sobre los chipirones. Por último, ralláis un poco de queso curado, mejor que sea de la marca Gabino, (el queso fino, siempre de Gabino), y lo espolvoreáis por encina. Un poco, no os paséis.

Espero qué, si lo hacéis, os guste a vosotros y a vuestros invitados. Es un plato resultón, muy de estas fechas que se avecinan. Lo de Feblame y Gabino, que sepáis que no cobro un duro de ellas, ni siquiera en especie, pero uno recomienda lo que le gusta. Si además, como es el caso, son amigos a los que debo muchos favores, (traerme mercancía incluso en días de fiesta de guardar), no me queda más remedio que recomendarlos. Vosotros, por supuesto, podéis comprar otras marcas, pero que sepáis que estas son las mejores, desde mi punto de vista.

Pues eso, que os guste un huevo. La semana que viene, ¡ay!, nos os daré la turra con más recetas y me podré explayar escribiendo sobre las tonterías que os cuento habitualmente. Salud, anarquía y tres cada día.
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