06/03/2021
 Actualizado a 06/03/2021
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Hay causas perdidas y causas imperdibles. Por algunas merece la pena luchar y por otras ni siquiera es aceptable tomar aliento, pero de lo que jamás podemos dudar es de que la causa primera es la propia vida, por ello ninguna otra es legítima para hacernos perder una sola gota de sangre, ni debería obligarnos a jugarnos la existencia en alguna especie de ruleta rusa.

Muchos años he participado en actos organizados el 8 de marzo, ya sea recordando o rescatando del olvido a aquellas creadoras que han sido silenciadas, a las científicas cuyos méritos no fueron reconocidos o luchando contra la violencia de género, contra la trata, la falta de libertad o la brecha salarial. Creo que las mujeres hemos avanzado mucho a finales del siglo XX y más aún a comienzos del XXI, no hay más que echar un vistazo a las noticias para comprobar que grandes cargos políticos y económicos tienen nombres femeninos. Y aunque quede camino por recorrer, apellidos en ver la luz, futuros que resguardar, este 2021, como ciudadana y como mujer, elijo quedarme en casa.

Estamos viviendo circunstancias muy especiales. Llevamos un año sin celebrar la navidad, los cumpleaños, el carnaval, con veranos light, primaveras perdidas; sin embargo, a pesar de las restricciones y los oleajes y de la polémica y posteriores consecuencias que ya causaron las manifestaciones del pasado año, diversas organizaciones feministas y algunos sectores políticos apoyan la causa del 8-M. Manifestaciones de quinientas personas que por mucho que se cuiden se la juegan.

Yo no dejo de preguntarme por qué. ¿Es políticamente correcto apoyar el día internacional de la mujer con marchas masivas? ¿No habría otro modo menos peligroso de llamar la atención? ¿De verdad las mujeres vamos a pasar a la historia este pandémico 2021 como unas egoístas insensatas? Porque entonces habría que sospechar que a algunos les encantaría imponer su personal dictadura cultural.
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