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Cataluña tierra de volcanes

José Luis Gavilanes Laso
09/09/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Sabido es que la zona gerundense de Olot es el mejor exponente del paisaje volcánico en la península ibérica, con 10 cráteres, 23 conos volcánicos y más de 20 coladas de lava. En sentido figurado, el independentismo catalán es una especie de volcán político y social con el 47,49 de votos, 70 diputados en mayoría parlamentaria y más de 2 millones de adeptos, según las últimas elecciones autonómicas de diciembre pasado. La diferencia es que el volcanismo geológico catalán, aunque no definitivamente extinguido, permanece dormido y sin humo desde hace bastantes siglos, mientras que el volcanismo político y social está en estos momentos en plena actividad sin cesar de echar malos humos por sus fumarolas. Tanto es sí, que, según pronosticadores y adivinos, todo indica un inmediato otoño tan caliente como una montaña de fuego.

Al considerar que la independencia estaba por encima de todo lo demás, la homogeneidad del independentismo, en un principio un tanto sorprendente por el consorcio entre fuerzas ideológicamente dispares, se sostiene unido por la situación de sus políticos presos, pero un tanto resquebrajado ante el mazazo sufrido por la aplicación del artículo 155 de la Constitución. A ello contribuye la actuación gubernamental, pues, tras el cambio originado por la moción de censura, el PSOE en el poder se está comportando con moderación, al aplicar el recurso siempre efectivo de «divide y vencerás». Y esto en discrepancia con las formaciones políticas de la derecha que consideran blandengue esa actuación, no reconociendo una otra que no sea la del rechazo absoluto a cualquier asomo, no sólo de pacto, sino de trato con los independentistas. Véase al efecto el enfrentamiento de lazos amarillos como preámbulo de un mayor empaque bélico. Bien es verdad, que el independentismo ha recalcado desde el principio en su ideario que la lucha habría de ser pacífica, mismo oxímoron que obrar con «violencia recatada o sin violentar». Pero viendo que la estrategia defensiva está originando la desavenencia entre sus filas, se hace necesario variar la ruta y aplicarse a la máxima de que no hay mejor defensa que el ataque.

Es un tópico por parte de quienes nos han observado desde el exterior, que, haciendo historia, entre las unidades vivas y capaces de ulterior desarrollo destacan en suelo español el espíritu de señoría de Castilla y el sentimiento burgués catalán. Pero el territorio catalán estuvo habitado antaño por los fieros almogávares, aventureros y bandidos que vivían de la guerra y de la rapiña. Y, por otra parte, hubo desde antiguo, en Castilla, industria y comercio, esto es, un cierto tipo de vida burguesa. Hoy ya todo se ha mixtificado y globalizado.

A veces se olvida que España llegó sólo a una nación de trascendencia histórico-universal, capacitada por la unión de dos maneras de ser de dos pueblos, es decir, por la unión de las coronas de Aragón, que incluía Cataluña, y de Castilla, en el año 1479. Antes de esa fecha, España no participó en la vida histórica de los pueblos con carácter propio, sino solamente como objeto de explotación sucesiva por pueblos extranjeros, que la utilizaban como colonia y campo de batalla.

El afán emancipador que ahora se endilga en las escuelas de Cataluña forma parte de un pasado glorioso en el cual los catalanes eran dueños de sus propios destinos sin intervenciones externas. Pero la idea de retorno a esos tiempos dorados está sirviendo para crear imágenes del pasado totalmente deformadas, como deformado sería seguir diciendo España sin Cataluña.
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