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Catalanes en León

01/12/2019
 Actualizado a 01/12/2019
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La colonia catalana en León siempre ha sido pequeña, por razones obvias: Cataluña es tierra de promisión para los leoneses, lo fue durante décadas, y León nunca tuvo argumentos para que gentes del Mediterráneo, tan cercanas a Francia y a la Europa rica, decidieran instalarse por aquí. Si hago memoria de tantos años transcurridos desde que supe que Cataluña existía, y que había algún catalán por la provincia, recuerdo a unos pocos. Uno de ellos era un señor nacido en el Pirineo, que había sido funcionario, y que se recicló como gestor administrativo en Ponferrada.

Se llamaba Víctor Simón Ricart, y se integró muy bien en la ciudad, donde tuvo hijos y prestigio profesional y donde vivió su condición de católico acendrado. Andando el tiempo, Víctor Simón, que siempre mantuvo un acento catalán de perfil bajo, decidió integrarse en el PP, donde llegó a ser un pequeño gerifalte de esa formación en el Bierzo, y donde fue muy feliz hospedando en una finca de su propiedad, cercana a Cacabelos, nada menos que a Manuel Fraga Iribarne, con motivo de alguna jornada de pesca del impetuoso político gallego.

En Astorga conocí a un catalán cincuentón que tenía un restaurante no lejos del cuartel de Santocildes, y que atendía a sus clientes con una gran amabilidad y solvencia. Este señor, al revés que Víctor Simón, hablaba con un acento catalán muy profundo y comarcal, pongamos que de las tierras raigales de Vic o de Solsona, y ofrecía un servicio donde la calidad y el precio mantenían una muy buena relación.

Porque los catalanes, y esta es una opinión muy cabalmente extendida por toda España, eran y son muy trabajadores, honrados y cumplidores. Algo que yo también constaté, cuando tuve responsabilidades de gerencia artística pública en Valencia. En las muchas relaciones que sostuve con ellos, siempre quedó patente su profesionalidad, y también la máxima nitidez tanto a la hora de establecer las condiciones contractuales, como a la de cumplir lo pactado. Ningún problema.
Los catalanes han sido durante muchas décadas nuestros hermanos mayores. Los más modernos, laboriosos y europeos. Y precisamente por ello, y por muchas razones más, de toda índole, nos resulta insólito, no solo triste y tantas veces indignante, la loca deriva que el secesionismo ha impuesto en una región que forma parte de España desde hace más de cinco siglos. Pero esta melancolía y ese desconcierto tenemos que convertirlo todos en esperanza, en justicia y en verdad. Sí se puede.
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