14/04/2020
 Actualizado a 14/04/2020
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Esta gran peste del siglo XXI que ha invadido el mundo, puede interpretarse de varias maneras que no son necesariamente incompatibles entre sí. Hay quienes piensan que se trata de la forma más moderna, más barata y más eficaz para hacer guerras, sin necesidad de gastar dinero en tanques, bombas o metralletas. Se dice también que si es culpa de un murciélago. Y también que se trata de un castigo de Dios. Mi apreciado cardenal Omella decía recientemente que el coronavirus no es un castigo de Dios, porque es un padre bueno. De que es un padre bueno que nos ama entrañablemente no tengo la menor duda, y pienso que muchos males de los que echamos la culpa a Dios son fruto del mal uso de la libertad de los hombres.

Ahora bien, Dios tiene muchos motivos para estar cabreado y disgustado por varias razones. La primera porque muchísima gente pasa de él, le desprecia, le niega, ensucia su nombre, y hasta lo odia. Y otros solamente se acuerdan de él egoístamente, por el interés, como de Santa Bárbara cuando truena. A ver si me concede lo que le pido. Y si no me lo concede digo que es porque no existe o porque es malo. Pero a Dios tiene que molestarle mucho más nuestro egoísmo, el estar solo pendientes de qué hay de lo mío, sin importarnos el sufrimiento de millones de personas. Obsesionados por la subida del sueldo cuando otros no tienen nada, obsesionados con cerrar las fronteras, aunque nuestros pueblos se queden vacíos, los campos yermos y seamos una sociedad de viejos… Y mira tú por donde el bichito venido de China cruza las fronteras sin problema.

Dios no es un castigador, pero la Biblia dice curiosamente lo siguiente: «Hijo mío, no rechaces el castigo del Señor, no te enfades por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos». Y, aunque parezca escandaloso y muy fuerte, hemos recordado en días pasados, cómo Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, para llevar sobre sus espaldas el castigo que merecían nuestros pecados. Eso quiere decir que el pecado, la maldad, es algo muy serio. Si no queremos llamarle pecado llamémosle crueldad, falta de amor, egoísmo, violencia, mentira, insolidaridad, explotación del ser humano… De éste virus nuestra sociedad está mucho más invadida y con peores consecuencias que del COVID 19. Si no queremos llamarle castigo, llamémosle corrección paterna o aviso por nuestro bien, pero no podemos seguir tal y como hemos venido funcionando.
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