25/11/2019
 Actualizado a 25/11/2019
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Buscan los vecinos de la zona formas de salvar del chancro el soto de castaños de Villar de los Barrios. Es una batalla por preservar no solo la producción y el paisaje, sino también señas de identidad que enraízan en la personalidad colectiva de los habitantes de la comarca. El castaño, tan reacio a soltar la hoja pese al temporal, lo que le ha costado la mutilación al mítico Campano de Villar de Acero, después de siglos de apacible vida en los Ancares, que ahora lamentan su quejumbrosos quejidos.

El castaño, que protege sus frutos hasta el último momento con esa ofensiva coraza, con ese tamaño monumental que establece placenteros perímetros sombríos bajo sus ramas, reconfortantes hogares para bichos pequeños y no tan pequeños.

En mi reciente periplo por El Bierzo en bicicleta, me detuve en dos ocasiones para llamar la atención a dos hombres que, a todas luces, estaban hurtando unas castañas, cosa de poco, nada que los legítimos propietarios no fueran a consentir. De hecho, ellos encantados con la idea que llegara a oídos de los propietarios lo que estaban haciendo. «Vale, díselo y que venga, que así me ayuda», me dijo el primero, visiblemente harto de doblarse para recoger las castañas. «Estaba mejor en los míos», me dijo el otro, «pero saben todavía mejor cuando no son tuyas», remató.

No paré mucho más. Me fui pedaleando recordando las muchas castañas que yo he cogido a lo largo de mi vida. Pilongas, claro. Nos juntábamos la recua de guajes de la contorna del Parque de los Reyes, tras peinar José Aguado, empezábamos por jugar a embocarlas en la papelera y acabábamos a castañazo limpio en una batalla campal por todo el parque. Cuánto mejor hubiéramos estado en un magosto, tan popularizados ahora que ya llegan hasta Valencia de Don Juan, lo que demuestra la inclinación natural del leonés a la castaña.
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