Casquería y otras variedades

Por Sofía Morán

Sofía Morán
18/03/2018
 Actualizado a 14/09/2019
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El pasado domingo, tras doce días de intensa búsqueda, la Guardia Civil encontró el cuerpo sin vida del pequeño Gabriel. La pareja del padre, Ana Julia Quezada, fue detenida cuando transportaba el cadáver en el maletero de su coche. El martes confesó ser la autora del crimen.

Realmente no habría mucho más que decir, esa es la información, lo que sabemos que pasó. El caso estaba resuelto y aquello parecía el principio del fin, pero nada más lejos de la realidad, el circo mediático, desproporcionado y vergonzoso acababa de comenzar.

Ese mismo domingo empezaron los «especiales» en la mayoría de las cadenas, programas temáticos de más de dos horas de duración, numerosos invitados, caras serias, ‘periolistos’, investigadores, psiquiatras… las imágenes de la detención pinchadas en bucle, y la complicada labor de mantener al espectador enganchado a un programa sin contenido y con poquísimos datos que comentar, por lo que todo eran alegres hipótesis, opiniones y pura especulación. Nada nuevo bajo el sol. La misión estaba clara: rellenar horas de tele con el tema.

Pero esto sólo fue el principio, el aperitivo del banquete.

Llegó el lunes, llegó la Griso y Ana Rosa, las reinas de la mañana, que todavía debían guardar por ahí el lazo morado de la semana pasada, y empezó el verdadero festín.
En la mañana del martes TVE, Antena 3 y Telecinco emitieron en directo el funeral de un niño de 8 años.

Fuera de la Catedral de Almería, se instalaron pantallas gigantes para que nadie pudiera perderse ni un solo detalle, ni un llanto, ni un beso, ni una condolencia.

El jueves, y tras cuatro días consecutivos volcados en el triste final de Gabriel, la mañana giró en torno a la rueda de prensa ofrecida por el jefe de la UCO y el de la Comandancia de Almería. Intentaron ser prudentes con la información que ofrecían, respondieron algunas preguntas, otras, las muy obscenas, no. Lo que sí explicaron de forma contundente fue cómo la cantidad ingente de periodistas allí desplazados, y su persecución al entorno familiar del niño, llegó a entorpecer de manera importante la investigación y los pasos previstos por la Guardia Civil. A ver si lo recuerdan la próxima vez que decidan filtrar información a la prensa hinchando los globos hasta hacerlos explotar.

No soy ninguna ingenua y sé que las audiencias millonarias y las cuotas de pantalla son las que mandan, aunque nos revuelva el estómago conocer datos que sólo debería saber la familia, detalles escabrosos que alimentan el morbo, que no son información, que no son nada salvo el puro placer de escarbar en una historia que ya está acabada.

Pero las mesas redondas han seguido durante toda la semana, un variado de comentaristas haciendo conjeturas gratuitas y elaborando sobre la marcha perfiles psicológicos, así, sin despeinarse si quiera, sin vergüenza y sin pudor.

La cobertura informativa de estos días ha sido una verdadera locura. He llegado a tener pesadillas con la imagen de la tal Ana Julia y su puta chaqueta roja con capucha, de todas las veces que he visto la secuencia en telediarios, debates y especiales.

¿En serio era necesario conocer pormenorizadamente el historial laboral de la asesina confesa?

Hemos visto los datos de su perfil de Facebook, entrevistas a sus exparejas o equipos desplazados a República Dominicana para hablar con familiares y amigos. Y mientras ves las fotos del patio de luces por donde cayó (y murió) la hija de esta señora en 1996, te das cuenta de que no ha quedado recoveco en el que escarbar. Qué asco todo, qué innecesario, qué vergüenza ajena.

Este es el periodismo que sobrepasa todos los límites y que es el claro reflejo de la sociedad enferma en la que vivimos y de la que formamos parte.

Sofía Morán de Paz (@SofiaMP80) es licenciada en Psicología y madre en apuros
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