06/02/2022
 Actualizado a 06/02/2022
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El seis de febrero es jueves y nieva. Siempre es jueves. Y siempre nieva. Siempre.En En la única red social que transito, un seis de febrero puse: «Hay días que deben cruzarse de puntillas, sin apenas rozarlos, no vayan a despertarse», acompañada de la foto de un ciprés arañando un cielo berciano. Desde entonces, la comparto cada año cambiando el número de nieve acumulada. Es fácil imaginar que se trata de un mensaje en clave, a modo de homenaje. Los más allegados saben que es el ábaco personal de una fecha, frontera de muchas cosas, que va sumando los días que la vida le debe a alguien que se fue prematuramente, con la nieve que te congeló la memoria en un momento exacto, como unidad de medida. Todos tenemos algo que computa el tiempo desde que la muerte te alcanza, no en tu propio cuerpo, pero sí en tu propia vida.Cuando escribo esto no es día seis, pero es jueves, es febrero. Y es cáncer.

Revisando el refranero, febrerico el corto, este mes desordenado e inestable que por no saber no sabe ni los días que tiene, se lleva la palma en dichos, ninguno bueno, y arranca con demasiados santos compitiendo por estrenarlo. Hace casi tres mil nieves que los febreros no se miden por Candelarias, ni por las cigüeñas de San Blas regresando a los campanarios, ni por las Águedas y sus bastones de mando. Febrero, que siempre me resultó antipático, desde que lo mido en nieves también es más inhóspito.

Hoy, Día Mundial Contra el Cáncer, la primera noticia que leo en este periódico en el que escribo, es que en 2021 el cáncer se llevó a 1.500 personas en la provincia, casi cuatro veces más que el coronavirus, situándonos muy por encima de la media nacional, por aquello de que a perro flaco todo se le vuelven pulgas y una población tan envejecida solo nos podía llevar a seguir encabezando las peores listas.

Anuncia la OMS que el lema de este año, en la lucha contra esta enfermedad, es ‘Por unos cuidados más justos’ y el propósito: eliminar las barreras con que se encuentran muchas personas para acceder a los servicios de prevención, diagnóstico y tratamiento del cáncer. Algo que puede sonar a agua de borrajas a quien viva en la gran urbe. Y ahí está el problema de un país avanzando a dos velocidades. Tiene que aparecer un virus que afecte a todos por igual, que un enfermo sea un peligro para el resto, para que se apliquen medidas en igualdad, no para que te cures, si no para que no contagies. Si el cáncer fuese contagioso y no atacase de forma individual, hoy el telediario no habría mostrado testimonios reales de pacientes reales, para los que hacerse unas pruebas supone cinco horas de viaje en esta España nuestra. Testimonios de profesionales asegurando que treinta mil pacientes no pueden costearse los gastos generados por esta enfermedad y más, con semejantes desplazamientos desde provincias que no disponen de medios para tratarlos.Testimonios que solo reflejan desigualdad. Una discriminación que crece de forma alarmante, llevándonos a un tercermundismo que cabrea tanto como avergüenza. Y lo estamos permitiendo. Mientras la OMS pide acabar con la brecha asistencial que existe, los que deberían solucionarlo consumen su tiempo y nuestro dinero con la teta de Rigoberta y hacen lo contrario, eliminando los centros de salud mientras lo niegan descaradamente. Así lo ha dicho la exconsejera de Sanidad, Verónica Casado, acusando al PP de mentir cuando habla de reabrir los consultorios rurales de nuestra provincia «Promesas que no se van a cumplir de ninguna manera, sin cubrir las necesidades de médicos de familia».

Pero ¿Qué nos pasa? Somos capaces de montar tal pollo por quién nos representa en Eurovisión, que el asunto acaba en sede parlamentaria y no decimos ni pío mientras nos convertimos en mendigos de un médico y tragamos con esa falacia llamada Telemedicina, con la que nos han quitado de en medio. ¿Alguien se imagina a ese elenco político montando semejante gresca por conseguir los mejores servicios para los hospitales de sus comunidades? ¿Alguien se los imagina queriendo quitarse de las manos la última tecnología para sus Autonomías? No lo harán porque, de manera inexplicable, en este país se mete más ruido por la teta de Rigoberta que por unos servicios vitales. Fastidia admitirlo, pero quizá sí nos representen y sean nuestro reflejo.

Hoy me quedo con la tristeza provocada por esa enferma de cáncer que va a Madrid a hacerse las pruebas. La ternura ante la resignación, casi agradecimiento, con que explica que ‘tiene suerte’ porque la reúnen varias pruebas en un mismo día, ‘para evitarla desplazamientos’. Y también me quedo con la preocupación de un país que cada vez centraliza más el derecho a la vida, mientras nuestro grito de guerra se limita a poner lacitos, eso sí, de colores que identifiquen el color del sufrimiento.

Va por ella, por todos los que están en la lucha, los que la ganaron, los que la perdieron y los que, a causa del cáncer, tenemos un día que debemos cruzar de puntillas, sin apenas rozarlo, no vaya a despertarse…
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