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Casco viejo, casco antiguo, casco histórico

04/01/2019
 Actualizado a 14/09/2019
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Hace bastantes años, siendo alcalde de León José María Suarez, Radio Nacional de España organizó un programa sobre esa parte de la ciudad que tenía que llamarse casco viejo, casco antiguo o casco histórico. En esa charla, más o menos a principios de la tarde, participaba el alcalde, y quizás como arquitectos jóvenes, entonces lo éramos, Luis Diego Polo y yo mismo.

Era la primera vez que tanto Luis como yo aparecíamos en antena, y, además, con el alcalde. Nada más sentarnos, a lo mejor porque eran otros tiempos, o porque era la hora que era, o es que estábamos con la primera autoridad municipal, el presentador (mil disculpas pues no recuerdo su nombre), nos ofreció una copa de coñac, quizás para entrar en calor con rapidez.

He estado bastantes veces en la radio y, a decir verdad, nunca tuve delante otra cosa que el micrófono. También tengo que reconocer que la oferta de la copa, aceptada desde luego, no fue excesivamente afortunada, porque justo en el momento de entrar en antena, en el primer sorbo, Luis se atragantó y tuvo que salir corriendo entre toses. Cosas del directo.

Recompuesto el trío segundos después, entre bromas sobre la impresión que, según parecía, tanto había suscitado el tema como para que al menos uno de los contertulios se atragantara, reanudamos la conversación.

Y la conclusión fue unánime: no teníamos ni casco antiguo ni casco histórico. Teníamos casco viejo, y, además, muy viejo y deteriorado, no solo por el aspecto general de abandono, sino porque, además y por desgracia, el casco, teniendo unos edificios, no muchos, pero sí de enorme altura arquitectónica, la mayoría reflejaban lo que realmente había sido la ciudad durante los últimos siglos, una vez pasado el esplendor medieval: un núcleo rural y bastante pobre. Estaba claro que esto no había sido Sevilla, ni Toledo, ni Salamanca.

Era 1975.

De entonces a acá, bastantes cosas han cambiado.

Por aquellos tiempos el criterio para conservar la zona se basaba en la normativa desarrollada por el arquitecto conservador, Luis Menéndez Pidal (nada que ver con Ramón Menéndez Pidal), que imponía, en el caso de nuevas construcciones en el casco, la utilización de colores suaves, verdes mayormente, no llamativos, para que no sobresalieran sobre lo existente. Un error grave, porque, en efecto, una nueva casa no molestaba, pero, como terminó sucediendo, cuando no era una sino varias, de pronto la calle se convertía en una cosa anodina y despersonalizada.

Menos mal que pronto cambió, y se dieron nuevos criterios más actualizados desde Madrid (todo era desde Madrid), permitiéndose nuevos acabados y materiales, con más personalidad, concordantes con lo que tenía que ser ese espacio, con más vida.

A la par, se sacó a concurso la redacción del Plan Especial del Casco Antiguo, lo que supuso un estudio global y pormenorizado de las edificaciones.

Pormenorizado por afuera, que no por dentro, pues si bien se levantaron planos de todas las fachadas, se clasificaron y se dieron normas para su construcción y reforma, nada se hizo con sus condiciones interiores, posiblemente porque nadie entró en los edificios uno por uno, lo que, doy fe, ocasionaba, y ocasiona, problemas en la ejecución.

Mejoramos en ese aspecto exterior, pero en el resto… Construir en el casco histórico siempre ha sido, y es, un quebradero de cabeza. Por un lado, unos edificios se aguantan con los otros, y si tiras uno, lo normal es que se venga abajo, o casi, el de al lado. Por otro, es bastante normal que parte de una vivienda se monte sobre la colindante, o que cuando tiras tu pared, la tuya, estás tirando la del vecino, cosa de la que te das cuenta cuando lo dejas con su habitación al aire (por no decir una expresión más grosera). Y no vamos a hablar de lo que hay debajo, que hay de todo, de todas las épocas y de todas las circunstancias, además de toda la normativa arqueológica, que no es paja.

Y ya que estamos en estas, y hace bastantes años de aquel estudio, bueno sería hacer del mismo una revisión a fondo, que más datos y conocimientos existen para mejorar claramente sus futuras líneas de actuación, no solamente por fuera, sino por dentro.

Porque, lo que sí es verdad, es que la imagen ha cambiado radicalmente. Cierto es que ha habido dotación presupuestaria, que de Europa vinieron fondos y que se ha tenido una acción continuada sobre la cara visible y que ya no es una ciudad vieja. Se puede pasear por ella, prácticamente toda, sin la sensación de antigualla y aire viejuno de entonces.

Ahora se puede decir que es un casco antiguo y, en algunos casos, histórico.

Pero aún queda camino. Lo visible, bien. Pero de lo invisible, aún hay mucho que hablar.
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