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Casa con jardín

16/08/2020
 Actualizado a 16/08/2020
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El otro día quedé con un propietario para ver una casa en venta. Con jardín con árboles con raíces en la tierra al contrario que yo mis pies, porque teniendo en cuenta el precio parece que vivo volando. ¿Un sueño de clase media? ¿Una reacción post-pan más que habitual? Lo segundo encaja, ya que según el paisano que me la enseñó hemos salido todos como miuras a ver casas con jardín. En mi caso agravada la ambición por la envidia que me da ver las segundas residencias del personal. Me azuzan invitándome a la casa en el pueblo montañés más alejado que quepa imaginar, a la huerta a cinco minutos caminando de casa, al chaletón en pueblo de tremendo ambiente a cinco minutos de León, a la casita a medio camino de Asturias, y al casoplón zamorano de quince estancias en zona de regadío. Todos me dan envidia y me han hecho experimentar la necesidad de una casa con jardín para el verano. Que es como el que necesita unas cangrejeras para bañarse en el río, pero en arrogante, que diría la abuela de mi chica.

Como lo de tener una segunda residencia me parece excesivo y un poco desaprovechón, mi intención con el tema casa es convertirla en residencia habitual, para el verano y también para el invierno. Y ya de puestos lo que quiero es una que reúna todas las condiciones necesarias para las dos estaciones. Tengo la casa vista, tengo el proyecto en sucio (me gusta dibujar planitos, me embeleso mirando un folio con borrones de tabiques tirados y vueltos a levantar, y me maravillan los arcos que representan las puertas), tengo la ubicación de la mesa del jardín y de la despensa. Solo me falta algún cero más en la cuenta, las ganas de meterme en una reforma interminable e infernal y querer aburguesarme del todo. Peccata minuta.

Con el chaparrón del día siguiente me entraron las dudas y el espíritu conservador avisó: llenar la piscina sube la factura del agua en doscientos euros y mantener el verde es un duro trabajo de resultado incierto y no puede ser que la manera de disfrutarla sea dedicarse al mantenimiento continuo de las instalaciones (cortacésped por aquí, una poda por allá) en vez de a leer al fresco y organizar cenitas bajo las estrellas.

Pero vamos a hacer una prueba. De momento voy a pasar una semana en una que reúne todas las condiciones. Quizá sea suficiente y con eso y una piscina de pichiglás en la terraza ahuyente la maldita ambición por un año más.
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