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Carreras al anochecer

08/11/2020
 Actualizado a 08/11/2020
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Esos zoquetes que corrían el otro día por León gritando libertad y dispersando sillas en frente de la Pulchra Leonina, esos jóvenes mentecatos y ociosos, ¿de qué casas salieron?, ¿por qué colegios pasaron, a mayor gloria de la educación castellanoleonesa? ¿Llegaron algunos a sacar el graduado (sospecho que sí)?, ¿fueron recibidos en sus hogares con los brazos abiertos? Ahí estaban, con esas capuchas flácidas que ya forman parte de la cultura suburbana mundial, haciendo el chorra, jodiendo lunas y quemando contenedores.

Qué distintos a los tipos que vi fajarse con la policía hace cuarenta años, los obreros de los Astilleros de Euskalduna, vestidos con camisas de franela y pantalones de tergal, montando unos cristos de cuidado para que no los echasen a la calle. De aquella, atravesar el Puente de Deusto para ir a la Universidad era una proeza, o quizá, una temeridad: a la manera de esas falanges romanas que Astérix y Obélix disolvían a mamporros, los grises formaban una pantalla para que los peatones lo pudiesen cruzar, mientras del lado del muelle llovían canicas y rodamientos gruesos como puños.

Ibas caminando encogido y oyendo el clonk, clonk de los proyectiles que impactaban contra los escudos de los agentes y aquello sonaba de un modo sibilante y aterrador (lo irónico del caso es que los arrojaban cuando los policías ocupaban el Puente, por lo que sufrías menos riesgo si pasabas solo).

A mediodía, como en las trincheras de Verdún, obreros y policías pactaban un descanso y podías ver a unos y a otros abriendo una tartera sobre las rodillas (en una escena que tenía algo de costumbrismo irreal). A la mañana siguiente se reiniciaba la tangana, la mayoría de las veces con cortes en mitad del Puente, donde no faltaban neumáticos y bidones escupiendo fuego: uno de esos saltó por los aires mientras yo cruzaba y, por un instante, mientras corría en zigzag mirando al cielo, me sentí como el protagonista (seguramente, el coyote) de un corto de dibujos animados. Fue a desplomarse, para mi fortuna, sobre un seat 127. Todo aquello acabó con despidos y prejubilaciones, y con padres de familia, hechos y derechos, llorando al regresar a sus casas. Ni comparación con estos cachorros ultras, con estos rufianes obtusos que, a diferencia de aquellos obreros tristes y orgullosos, actúan de noche y con la cara tapada.
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