06/01/2022
 Actualizado a 06/01/2022
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Grudefes (en lo sucesivo Gradefes) es un pueblo contradictorio. Lo último que lo demuestra es que se ha muerto uno de sus vecinos, para entendernos y simplificando mucho, un ‘rojo’ y lo ha sentido todo el pueblo, incluso los de derechas y, para demostrarlo, han celebrado su funeral en la capilla del convento. Carlos, que así se llamaba el finado, tuvo durante muchos años un bar enfrente de la iglesia y del ayuntamiento cuya parte de atrás da a una calle que se llama ‘Garibaldina’, en honor al héroe italiano que consiguió la unificación del país y que era un ‘comecuras’. Mayor contradicción... Gradefes ha perdido en el último medio siglo diez bares, una farmacia, una carnicería, tres o cuatro tiendas de ultramarinos, una sala de fiestas, una tienda de ropa, una ferretería y a muchos de sus habitantes. Como cabeza comarcal, era el núcleo comercial, el lugar donde acudían todos los habitantes de veinte pueblos casi cada día para solucionar problemas, comprar algo o para asistir a las ferias que se celebraban los tres de cada mes. Gradefes tiene un monasterio cisterciense que es una maravilla de piedras y de paz y que no conoce casi nadie de León y cuatro gatos de otras provincias. Este monasterio, en otros tiempos, era el dueño de muchas tierras y de muchos pueblos y, cuando la desamortización de Mendizabal, se quedó más pobre que un ratón de armario. De todas las maneras, las posesiones se repartieron mal y quedaron en manos de unas pocas familias. El resto, para su desgracia, bastante hacía con subsistir.

Carlos fue durante toda su vida un libre-pensador, esa profesión que ejercen sólo los tocados por la gracia de un dios en el que la mayoría no cree, porque si lo hiciesen, perderían toda su singularidad, toda su energía, todo su apego a la vida. El libre-pensador está todo el rato cavilando, como el señor que puso todos los motes del pueblo (alguno verdaderamente logrado) y que, al final, a él también le pusieron uno: Félix ‘Cavila’. Como digo, Carlos tuvo verdaderamente ocupadas todas las horas y los días desde que arrendó el bar. Provisto siempre de su cámara de fotos, recorrió la provincia buscando lo extraño, lo inverosímil y lo hermoso. Vino mucho por Vegas, porque la casa de Juba había sido de un pariente suyo, que a su vez había arrendado al último notario que ejerció en el pueblo. Además, era muy amigo de Moisés, el alcalde que no fuimos capaces de quitarnos de encima ni con agua hirviendo (¡las insidias de la democracia...!), y echaban la tarde hablando y hablando.

Carlos cantaba con una voz de barítono inmensa y redonda y juntaba a las paisanas para ensayar todas las semanas. Luego hacían giras, como las compañías de revista, por los pueblos de alrededor y otros más lejanos, e hizo muchos favores a las monjas que se agradecerán rezando por su alma inmortal, si es que la tenemos. Se puede decir, sin temor a equivocarnos, que Carlos estuvo metido en todas las movidas culturales del pueblo. Y lo hizo porque, si pierdes los recuerdos, las viejas canciones, los antiguos bailes, las parladas con unos y con otros, los cuentos de las viejas y cualquier otra manifestación en la que se halle el espíritu del pueblo, perderemos nuestras raíces, nuestra esencia, nuestra forma de sentir y de hacer las cosas. Por eso, cuando venía por casa y le pedía a mi madre fotografías antiguas, no lo hacía para incrementar su colección. Lo hacía para que alguien joven supiese, viendo las imágenes, como vivieron sus abuelos o sus bisabuelos. Y esto es algo esencial para que los pueblos sigan teniendo memoria. Los pueblos que pierden la memoria no saben quiénes fueron y qué hicieron sus antepasados, están muertos sin remedio. Carlos tuvo la suerte de conocer a uno de los hombres más importantes de su ayuntamiento: conoció y trató al autor del libro de referencia para muchos de los que nos dedicamos a escribir sobre esta provincia dejada de la mano de dios: ‘El habla de Villacidayo’. José Millán Urdiales nació en Villacidayo, a dos kilómetros de Gradefes, y en los veranos acudiría al bar de Carlos para tomarse una cerveza y hablar, que era de verdad lo que les gustaba hacer a los dos. ¡Cuánto hubiera pagado para estar de oyente, arrimado a la barra, y poder haberlos escuchado!

Aunque suene un pelín cursi, Carlos deja un vacío que será muy difícil de llenar. Ya me queda una menos de mis excusas para ir a Gradefes. Primero, se fueron mis tíos, a destiempo y de mala manera. Ahora, Carlos...

Salud y anarquía, amigo; salud y anarquía...
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