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Capturar lo ligero no por ser más veloz

21/07/2019
 Actualizado a 16/09/2019
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egún un orden que no respetaremos siempre, en su tercer trabajo Hércules capturó a la cierva de Cerinea. Esa fabulosa criatura había escapado a Diana, la diosa virginal de los montes, y, más veloz que las flechas del héroe a quien llevó un año apresarla, en su huida alcanzó el lejano país de los hiperbóreos. El mundo era entonces muy grande. Tanto que en un primer vistazo podría suponerse lo contrario, pues cada nación establecía límites vecinos, imprecisos y sombríos más allá de los cuales imperaban la leyenda y el monstruo, más allá de los cuales sólo los héroes se aventuraban con éxito. El país de los hiperbóreos, el reino de Boreas, viento del norte; el jardín de las Hespérides, no lejos de las columnas que nuestro Hércules levantase, etc.

Los confines de un territorio que quizás se juzgue pequeño mirado desde un mapa actual: apenas las riberas de un Mediterráneo espantoso en su negra hondura, apenas una franja de terreno desde la que divisar o intuir el mar. Pero no. Es en nuestros días cuando el mundo empequeñece con celeridad, que toda su extensión se considera conocida, ahora que lo hemos visto desde el espacio, desnudo, limitado, frágil. Ahora que nuevas fronteras tan terribles como aquellas se descubren en la tiniebla del espacio.

La disolución de las viejas lindes temibles nos empuja a cruzarlas con frenesí apático y, por ese motivo, la siguiente prueba del hércules cotidiano consiste en seleccionar un transporte acorde con sus deseos de llegar a su destino cuanto antes, de atrapar su presa de inmediato. El viaje que antaño fuera umbral y continente de multitud de placeres y contingencias, ahora simplemente estorba.

Nos indignamos cuando el avión se demora, el tren huelga o el coche se avería: el trayecto no importa excepto como peaje. Aquiles en pos de una tortuga invisible, salvamos vastos dominios sin conocerlos, atravesamos campos y mares que no importan, desdeñamos pueblos y gentes que nada sabrán de nuestro paso. Y lo hacemos encerrados en cápsulas climatizadas y acristaladas que ofrecen perspectivas televisivas y esterilizadas de países plegados a nuestro placer como una cartografía de bolsillo, ampliados o reducidos con el mero movimiento del dedo índice.

Nada queda del esfuerzo, la satisfacción o los trabajos hercúleos, nada del tempo y los tiempos, nada de la revelación del alejandrino que muchos invocan en vano. Los ‘no lugares’ –estaciones, aeropuertos, gasolineras…– se reproducen uno tras otro y sustituyen a lugares que repudiamos sin motivos ni remordimiento; el mundo encoge, se hace uno y uniforme, se transforma en puntos o líneas sin superficie o volumen, reemplaza sus contornos difusos y sombríos por salas luminiscentes y glaciales. Lo hiperbóreo se desvanece. Y la cierva, sometida, se amansa.
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