Caprichos de ricos

Querido antivacunas, tu hijo no enferma gracias a que yo vacuno al mío. No hay más

Sofía Morán
27/01/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Hace unos pocos días, se publicaba la noticia de que la justicia había dado la razón a un Ayuntamiento de la comarca barcelonesa del Maresme que se negó a matricular en la guardería municipal a un niño que no estaba vacunado. La madre del menor denunció al Consistorio al entender que se vulneraba su derecho a la libertad ideológica. Dando por supuesto siempre, y en todo lugar, que sus derechos (asistir a la guardería de la localidad) están muy por encima de los derechos de los demás (la salud del resto de los niños y sus familias).

A este respecto, la magistrada sentencia que «no se le ha obligado en ningún momento a vacunar a su hijo. No existe atisbo de vulneración ideológica alguna».
Durante el juicio, los padres demandantes cumplieron a la perfección su papel de militantes modélicos del movimiento antivacunas, explicando incluso, como si de expertos en la materia se tratase, que «los perjuicios de vacunar al menor, superan a los beneficios», presentando documentos sobre efectos secundarios y adversos de las vacunas.

Menos mal que llegó el testimonio del jefe de pediatría del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona para ponerle cordura al asunto, dejando claro que «ninguna institución pública, gobierno, administración pública, ni comité o sociedad científica, o del ámbito de la salud de reconocido prestigio apoya las tesis de los antivacunas, sino todo lo contrario».

Tal y como yo lo veo, lo que realmente pretenden estos padres no es que su opción y su ideología sea respetada, eso ya lo tienen porque, como bien saben ustedes, la vacunación en España es aconsejable pero nunca obligatoria; lo que ellos quieren es que el resto de niños que asisten a la guardería y sus familias asuman, sí o sí, los riesgos y las posibles consecuencias de una decisión que han tomado ellos.

Puede dar la falsa sensación de que estos militantes de lo natural, de lo alternativo, son ese tipo de padres despreocupados, ignorantes o absolutamente desinformados, pero nada más lejos de la realidad. Los antivacunas han leído libros, han buscado estudios, y han visitados cientos de páginas de internet, hasta encontrar por fin aquello que querían encontrar: todas las falacias, los datos sesgados y falseados, las teorías conspirativas de gobiernos y farmacéuticas… todo lo necesario para convencerse de lo terribles e inefectivas que resultan las vacunas hoy en día.

Evidentemente, para ellos, los demás padres no somos más que unos simples borregos que seguimos al rebaño sin plantearnos nada más. Si han tenido la oportunidad de charlar con alguno de ellos, estarán de acuerdo conmigo en que se sienten de alguna forma especiales, seres superiores, conocedores de una verdad oculta que el resto somos incapaces de ver. Los iluminados.

Si lo piensan bien, resulta fácil jugar a este juego con tus hijos, cuando son los hijos de los demás, inmunizados hasta los dientes, los que te cubren las espaldas, evitando casi siempre que el patógeno aparezca en el entorno. Querido antivacunas, tu hijo no enferma gracias a que yo vacuno al mío. No hay más.

Y mientras las redes sociales y sus encendidos debates, se convierten en el campo de batalla perfecto entre unos y otros, las organizaciones internacionales se esfuerzan en recaudar fondos para llevar las vacunas a esos países donde las cosas no son tan fáciles. Aquí, con el riñón cubierto, la cartilla de salud a mano y una amplia (¡y gratuita!) cobertura vacunal, podemos parapetarnos tras la libertad ideológica como excusa para no vacunar. Caprichos de ricos, supongo.

Allá por los años 50, cuando tenía 9 meses, mi tía Carmen enfermó de poliomelitis, una enfermedad grave que ataca al sistema nervioso y acarrea importantes secuelas físicas a quien lo padece. El futuro lo pintaban negro, y los obstáculos en la España de los 50 casi no los puedo ni llegar a imaginar. Menos mal que las mujeres de mi familia llevan el coraje impreso en su ADN.

Ella siempre ha sido un ejemplo para mí, y un recordatorio de por qué llegaron las vacunaciones masivas a los países más privilegiados.

Sofía Morán de Paz (@SofiaMP80) es licenciada en Psicología y madre en apuros
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