Canto de la secuoya

El viajero ha decidido acompañarse en su visita al Parque Nacional de las Secuoyas de Walt Whitman y su imprescindible ‘Hojas de hierba’

Alfonso y Óscar Fernández Manso
06/07/2019
 Actualizado a 17/09/2019
Impresionante bosque de secuoyas gigantes | Alfonso Fernández Manso
Impresionante bosque de secuoyas gigantes | Alfonso Fernández Manso
Qué le ocurre a un Poeta cuando es sometido a una naturaleza inmensa, pretérita, legendaria y virginal? ¿Qué poesía puede surgir de la contemplación mítica de una naturaleza salvaje y monumental? Walt Whitman fue uno de esos poetas que se enfrentó durante toda su vida a la américa salvaje, se expuso "a la noche, a las tormentas, al hambre, al ridículo, a los accidentes, a los desaires, como hacen los árboles y los animales". El poeta se hizo a si mismo naturaleza.

Los lejanos ecos de los cantos de Whitman cruzaron mares y montañas llegando hasta la lejana poesía en castellano. Borges, Juan Ramón Jiménez o Lorca recogieron los sonidos del poeta y esta música hizo más grande su poesía. Lorca en su oda a Walt Whitman lo reconoce: "Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman, he dejado de ver tu barba llena de mariposas, ni tus hombros de pana gastados por la luna, ni tus muslos de Apolo virginal, ni tu voz como una columna de ceniza". La inspiración de la salvaje naturaleza americana llegó de muchas formas hasta los oídos de este viajero.

Pues sí, este viajero ha decido acompañarse en su visita al Parque Nacional de las Secuoyas de ‘Hojas de hierba’. A esta obra poética dedicó Whitman toda una vida. Bajo la influencia de Ralph Waldo Emerson y el movimiento trascendentalista, una rama del romanticismo, la poesía de ‘Hojas de hierba’ elogia la naturaleza y el papel del individuo humano en ella. Una nueva sensibilidad aparece por doquier en sus palabras: "Somos la Naturaleza. Hemos estado ausentes mucho tiempo, pero hemos vuelto: nos convertimos en plantas, troncos, follaje, raíces, corteza; nos acomodamos en la tierra: somos rocas, somos robles, crecemos, uno al lado del otro, en los claros del bosque, pastamos, somos dos en el seno de las manadas salvajes, tan espontáneas como cualesquiera; somos dos peces nadando juntos en el mar; somos lo que las flores de la acacia: derramamos fragancias en los caminos por la mañana y por la tarde; somos nieve, lluvia, frío, oscuridad, somos todo lo que el globo produce, y todas sus influencias; hemos descrito círculos y más círculos, hasta llegar a casa los dos, de nuevo; lo hemos invalidado todo, excepto la libertad y nuestra alegría".

En ‘Hojas de hierba’ la naturaleza aparece como un canto continuo, un canto influyente, un canto eterno que transcendió la literatura y ayudó a conformar la sensibilidad ambiental en la que el ecologismo moderno ha encontrado muchas referencias: "Sus miríadas de hojas murmuran desde la copa altísima, a doscientos pies del suelo, y también su tronco y sus gruesas ramas, y su corteza de un pie de espesor, ese canto de las estaciones y el tiempo, un canto no sólo del pasado, sino el futuro". Así evoca el poeta en su ‘Canto de la Secuoya’ a los árboles más grandes de la tierra, los árboles que el viajero visitará hoy.

El Parque Nacional de las Secuoyas es una tierra de gigantes. Un espectacular paisaje atestigua el tamaño, la belleza y la diversidad de su naturaleza: enormes montañas, estribaciones escarpadas, profundos cañones, vastas cavernas y los árboles más grandes del mundo. En el Parque se expresa con nitidez todas la maravillas de la Sierra Nevada de California.

Una de las características predominantes de este parque es el famoso bosque de las secuoyas gigantes (Sequoiadendron giganteum), incluyendo al conocido General Sherman, el árbol más grande del mundo; llama la atención por su espectacularidad, con 84 m de alto y 11 m de diámetro. Pero además de estos árboles podemos destacar su gran longevidad, dicen que el  General Sherman tienen más de 2200 años, ¡más de dos milenios!. "Nunca vi un árbol grande que hubiera muerto de muerte natural", escribió John Muir sobre la secuoya gigante. "A menos que ocurran accidentes, parecen ser inmortales, están exentos de todas esas enfermedades, son afectados por el hombre, viven indefinidamente hasta que se queman, son destruidos por los rayos o por las tormentas, o por el camino del terreno en el que se encuentran". Y es que los productos químicos en la madera y la corteza de las secuoyas proporcionan resistencia a los insectos y hongos, y la corteza gruesa las aísla de la mayoría de los fuegos. La principal causa de las muertes es el derrumbe dado que las secuoyas tienen un sistema de raíces poco profundo y la humedad del suelo, el daño de las raíces y los vientos fuertes pueden conducir a su caída.

Si queremos disfrutar de las secuoyas no tendremos otro remedio que acudir al Parque Nacional de las Secuoyas . En todo el planeta la única zona donde se puede ver esta especie es en la vertiente oeste de la Sierra Nevada entre los 1600 y 2300 metros de altitud. Por cierto, el fuego juega un papel crucial en el ecosistema de las secuoyas gigantes, están adaptadas al fuego periódico. El éxito reproductivo de las secuoyas gigantes sólo exige que cada árbol produzca una única cohorte de descendientes en una vida útil de varios miles de años. ¡Qué lástima que el único enemigo de esta especie haya sido el hombre que las cortó sin piedad durante la "conquista del oeste americano"!

Dentro del parque se encuentra el monte Whitney, la mayor cumbre de los Estados Unidos fuera del territorio de Alaska, con una altura de 4418 metros. Otros lugares de interés son el cañón del río Kern y la cueva Crystal, una caverna de oro. Además de las imponentes secuoyas en el Parque podemos encontrar ríos rugientes, praderas, cascadas, valles glaciales y una rica vida silvestre. Gatos monteses, zorros, ardillas de tierra, serpientes de cascabel y ciervo mulo se ven comúnmente en el Parque y, más raramente, también se pueden encontrar leones de montaña solitarios y pescadores del Pacífico. Por cierto, el último oso Grizzly de California fue abatido aquí en 1922.

‘Hojas de hierba’ anuncia una nueva mirada hacia el mundo natural, las palabras de Whitman bellas y reveladoras: "Creo que una hoja de hierba no es menor que el camino recorrido por las estrellas, y que la hormiga es asimismo perfecta, como un grano de arena o el huevo del reyezuelo, y que la rana arbórea es una obra maestra para los encumbrados, y que la zarzamora podría engalanar los salones del cielo, y que la articulación más insignificante de mi mano ridiculiza a todas las máquinas".

El viajero continúa su camino de regreso entre inmensas sombras arbóreas, de repente un ciervo mulo de largas orejas le introduce de nuevo en la sensibilidad poética de Whitman y como él cree quizás "podría vivir con los animales: son tan plácidos e independientes; no me canso de mirarlos. No se inquietan por su condición, ni se quejan de ella; no se desvelan de noche y lloran por sus pecados; no me exasperan con discusiones sobre sus deberes para con Dios; ninguno está descontento; a ninguno lo perturba el desvarío de poseer cosas; ninguno se postra ante nadie, ni ante los demás de su especie que vivieron hace milenios; ninguno, en ningún lugar, es respetable o desgraciado". El viajero ha escuchado hoy el hipnótico ‘Canto de la Secuoya’ ese mensaje inolvidable que le ha enseñado disfrutar con hondura la naturaleza.
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