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Cantinera Mayor del Reino

24/09/2019
 Actualizado a 24/09/2019
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Conocí por primera vez a Ascensión hace cuarenta y dos años en su cantina de Bárcena de la Abadía en una tarde-noche de noviembre en que profesores de Fabero nos acercamos para celebrar el correspondiente magosto. Todo indicaba que allí se estaba muy a gusto y que inspiraba mucha confianza, como en familia. Sin duda el alma de aquella cantina tan acogedora era Ascensión, a quien con tristeza acabamos de despedir hace un par de días, cuando estaba a punto de cumplir los ciento cinco años.

Con el tiempo esta relación se fue acrecentando, conociendo más y mejor a su familia e incluso llegando a tenerla como buena feligresa. No olvidaré la acogida y hospitalidad que me dispensó hace no muchos meses, la última vez que nos vimos. No se trataba de meras palabras de cumplo y miento, sino de una sincera invitación en la cocina de su casa. Afortunadamente quedó constancia fotográfica, inmortalizando el encuentro.

Sin duda se ha hecho famosa por eso de ‘jubilarse’ como trabajadora en el bar a los ciento cuatro años. Doy fe de que hasta el último momento ejerció esta tarea con total normalidad y destreza, y que siempre la hemos visto igual como si el tiempo no pasara por ella. Pero el simple hecho de vivir muchos años no hace que una persona sea especialmente meritoria, sino que hay otra serie de circunstancias que sí le hacen verdaderamente merecedora del aprecio y del recuerdo agradecido.

Ascensión quedó viuda a los cuarenta y cinco años de edad, con siete hijos a su cargo en aquellos años duros y difíciles de la cuenca minera. Uno de ellos también fallecería en plena juventud. Siempre los llevaría en su corazón y cada poco me encargaba misas por Santos y Darío; más tarde por su nieta Susana. También tuve la suerte de conocer a su centenaria madre. Pero ella fue una mujer luchadora, que sacó a todos adelante y dándoles además una buena educación.

Es verdad que tenemos que dar muchas gracias a Dios por la larga vida de Ascensión, con tanta lucidez mental hasta el último momento; pero es inevitable la tristeza y la nostalgia al saber que al pasar por Bárcena de la Abadía, camino de Fornela, y antes de la estrecha curva, Ascensión ya no estará tras el mostrador, allí donde tantos mineros encontraron un lugar de recreo y descanso, de animada tertulia… Damos gracias y dan gracias a Dios sus hijos y familiares por su larga vida y tal vez ahora les parezca que ha sido muy breve, pero la maquinaria corporal tiene un límite. La suerte es que lo más propio y peculiar de cada ser humano no muere nunca.
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