26/05/2022
 Actualizado a 26/05/2022
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Realismo Mágico’ es el nombre que se ha dado a una corriente literaria que se caracteriza por una síntesis entre lo fantástico y lo real-cotidiano, expresado en un lenguaje profusamente adjetivado y pródigo en expresiones del área rural de la América hispana. Su más conocido representante es Gabriel García Márquez, autor de la novela ‘Cien años de soledad’, a la que le pasa lo que al Quijote cervantino: todo el mundo habla de él, pero poca gente lo ha leído. Pero el ‘realismo mágico’ no nace con García Márquez. Toda corriente literaria tiene unos antecedentes, una historia hasta llegar al apogeo. En este asunto, todo comenzó con Ramón del Valle-Inclán y su ‘Tirano Banderas’, o por lo menos, así lo cree uno. Es un libro desarbolado, épico, rotundo, dónde se cuenta la historia de un hombre que toma el poder y se convierte en un dictador. Fue el antecedente de otra serie de libros, estos sí escritos por hispanoamericanos y que van desde ‘El Señor Presidente’, del guatemalteco Miguel Ángel Asturias, a ‘Yo, el Supremo’, del paraguayo Augusto Roa Bastos, ‘El Recurso del Método’, del cubano Alejo Carpentier o ‘El Otoño del Patriarca’, del ya mentado Gabriel García Márquez. El ‘Realismo Mágico’ no se comprende sin el ‘Tirano Banderas’ de Valle. Todo lo que describió el autor gallego, los hombres, los paisajes, se insertan en su obra con una normalidad que hace pensar que antes de ser literatura fueron vida, como también sucede con toda la obra de Márquez. Este contaba que él nunca tuvo que inventar nada, que todo lo que escribió había pasado en su pueblo de Aracataca, y más concretamente, que había sucedido en su familia, una tribu bíblica que gobernaba con mano de hierro su abuela gallega, inspiradora de la matriarca Úrsula en ‘Cien Años de Soledad’. La buena señora, que debió morir con casi un siglo de vida a sus espaldas, «hablaba de sus recuerdos más antiguos como si estuvieran ocurriendo en el instante y conversaba con los muertos que había conocido en su juventud remota». Lo mismo que hacen los fantasmas que no quieren morir de cualquier pazo gallego descritos por Valle, Rosalía, Fernández Flórez o Álvaro Cunquiero. Como decía también Valle, «yo hago mi realidad porque Galicia no existe pero allí está; permanece en nosotros como un sueño mítico al que no podemos renunciar». Galicia vive permanentemente en una indeterminación geográfica válida para todo lo gallego, que también existe en Macondo. En realidad si naces en el Alentejo, llamarásgallego a uno de Lisboa; y si eres de Lisboa, serán gallego el que Beira; para el de Coimbra será gallego el de Oporto, y así sucesivamente hasta llegar al Bierzo o a Asturias. Aún más: en Brasil los portugueses son gallegos y en hispanoamérica son gallegos todos los españoles. Para los reyes moros españoles, los territorios cristianos eran Galicia. Las ‘Cantigas de Santa María’ fueron escritas por Alfonso X ‘el sabio’, Rey de Castilla, en galaico-portugués, no en castellano, lo que, uno cree, significa, al menos, que el gallego era la lengua literaria por excelencia.

Mi abuela María, una montañesa de Boñar trasladada a Gradefes, me contó cientos de cuentos cuando era niño. Cuentos inventados, por supuesto, en los que se mezclaba la vieja del monte con el perro que guardaba la corte de las ovejas; el fantasma del ahogado en el Esla por intentar salvar a un hermano, con la cigüeña que estaba machacando ajos con el mortero y que, en realidad, estaba transmitiendo un mensaje secreto a sus amigas, como si utilizase un código Morse. Sin haber oído hablar de Liérganes en su vida, contaba una historia que era idéntica a la del ‘hombre-pez’ del pueblo cántabro. En muchos de sus cuentos, aparecían la Virgen María, Jesús o San Pedro, que tenían la costumbre de disfrazarse de mortales y recorrían los caminos para observar a su grey. Recuerdo uno en el que Jesús y San Pedro estaban dando un paseo por las tierras de Rueda. Pedro, de pronto, le dice al Señor: «Me gustaría ser Dios por un día». Nada paso en ese instante; puede que sólo una sonrisa irónica de Jesús seguido de un «lo eres». Siguieron caminando y se encontraron a una pastora, triste y afligida. «¿Qué te sucede, pastora?, ¿por qué estás así de triste?». «¿No escucháis la música de la dulzaina y del tambor que vienen del pueblo cercano? Es la fiesta y habrá baile y comida y bebida para todos...; y yo no podré ir porque tengo que cuidar de las ovejas. ¡Si Dios quisiera cuidarlas por mí!» Jesús la dijo: «No te preocupes. Ven conmigo; bailaremos y comeremos. ¡Vamos!» Pedro, perplejo, vio como el Maestro y la pastora emprendían el camino al pueblo. «¡Señor!, ¿adónde vas?, ¿por qué me dejas solo?» Jesús le contestó: «¿no me pediste hace un rato ser Dios por un día? Pues como lo eres, te quedarás cuidando de las ovejas». No sé si las historias de mi abuela tenían algo de ‘Realismo Mágico’. Uno cree que si, como en todas las leyendas y todos los cuentos de cualquier lugar de esta Galicia un poco menos húmeda a la que llamamos León. Salud y anarquía.
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