29/01/2021
 Actualizado a 29/01/2021
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Será la edad o el cansancio lo que ha hecho que un simple cambio de agenda, una ojeada rápida antes de cerrarla para siempre, produzca tanto impacto en el ánimo. Se me antoja que esa primera hoja en blanco de un marzo roto, huele a sombra, como huele el portal de las casas abandonadas, antesala de páginas vacías, sin signos de vida. Ya parece remoto aquel naufragio en el fondo de un invierno con el miedo tapiando los umbrales, el frío posado en las repisas y los últimos besos en los bolsillos del abrigo. Meses sentados en el rincón del miedo, con la vida en carne viva, mecidos por la rutina que nos fue haciendo inmunes a la muerte ajena, a las calles abarrotadas de nadie, al silencio cada vez más callado y a los caminos yéndose sin nosotros. Ni siquiera aparece anotado el verano que mereció ser salvado, con una maraña de mentiras demasiado vestidas para ser ciertas, porque desnudas estaban demasiado muertas. El verano mereció más que ellos, los que siguieron un camino que les nació entre las manos, como única salida, con demasiada nieve en las sienes para cruzar solos la esquina de la vida, sin revuelo de alas, sin una mano en la mano, sin saberse qué beso necesitaron. Solo con el silencio y, quizá, las flores de aquel abril que no conocimos.

Emociona comprobar el tesón de esta agenda que marcó día por día, con sus lunas, como si fueran distintos. Días negros, en blanco, vividos a saltos, convertidos en los nadies de Galeano. Los mismos nadies que éramos, pero ahora más conscientes de ello. Escalando y despeñándonos, frenando y acelerando al son que nos toquen, cruzando un campo de minas sobre un caballo desbocado, con economía y vida pretendiendo llevar las riendas, provocando el caos. Atónitos de la bajeza moral de los que, aunque ya eran conocidos, no creímos capaces de politizar también la muerte.

Y encuentro un diciembre agotado de venir vadeando los días, dejando el ayer tras las tapias y con miedo a tener miedo mañana. Ya es demasiado cansancio. Hasta apetece ir hacia la noche tan temprano que haya que abrirle la puerta cuando llegue. Ya toca limpiar lo que asfixia, barrer el miedo que sobra, cerrar la ventana trasera y bajar el volumen del mundo. Y mañana, si hace bueno, sacudir la vida, tenderla en la huerta y esperar a que el aire la cicatrice. Quizá entonces anote que las cerezas están maduras y que lo hemos conseguido. Pero eso será en otra agenda. La del 2020 la guardaré para siempre, testimonio de que nunca hemos vivimos tanto, sin haber vivido.
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