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Cansadas como perras

04/01/2016
 Actualizado a 07/09/2019
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Este es un homenaje a las mujeres del campo, que, pasadas estas «fiestas tan entrañables» comprueban que la tierra sigue dura y que las heladas del invierno la convierten en una democracia ingobernable como la nuestra. Pero, que nos quiten lo «bailao», y todas esas cosas. Y de lo que se trata aquí es de festejar el empuje de nuestras mujeres, bien en su faceta de abuelas, madres, esposas, nueras, cuñadas, etc, que «curran» tanto y hasta más de la cuenta. Las de Cármenes, cuando acabada la cena de Nochevieja, aterrizaban en el casino para celebrar la despedida del año, se decían unas a otras: «Estamos ‘fartas’ como gochas y cansadas como perras» expresión que hoy día no gozaría del beneplácito de los puristas de la lengua, pero que no puede ser más descriptiva, a la par que expresiva, de cómo quedan los cuerpos en terminando estas fiestas de tanta mesa y tantos desengaños.

Solía decir el gran poeta Ángel Fierro, que hizo la mili en Valladolid, a propósito del habla de las pucelanas, que lo más fino que soltaban era: «A mí, como si te meas» al responderle a un cazurro que había osado algún requiebro. Las leonesas, no; ellas prescinden del interlocutor y de la situación y el lugar, para dar rienda suelta a sus instintos, sin trabazón alguna de la lengua. Esto, las más finas y campechanas, y parlanchinas. Las de condición callada, mascullaban un: «a mí no me vuelves a llevar ni atada con un sobeo». Y eso que lo del ‘cotillón’, los ‘matasuegras’ y los gorros, había sido aceptado como todo un descubrimiento, lo mismo que la ‘yenka’. Había que bailar suelto. Aunque, una vez catado el champán Don Perignon, (Don Perillán, para ellas) ninguna añoraba el cava catalán, ni el vino de pellejo, peleón y ácido, que daban, caliente, en la cantina. ¡Para mí: licor de hierbas!

Mujeres capaces de sacar adelante un montón de hijos a los que, como único consejo, solían advertirles, circunspectas: «Vosotros, a estudiar, que aquí ya sabéis lo que hay». Y así llenaron los conventos de monjas y de frailes y los seminarios de sacerdotes y las escuelas de maestros. Los que no emigraron a Alemania, a Bélgica o a Suiza, y regresaron invirtiendo sus ahorros en los pisos de las barriadas en los que ahora se ocupan del cuidado de sus nietos. No hay hombres felices sin ellas. Nada más hermoso en nuestra tierra que las mujeres, señoras de su cocina, cantando villancicos en la Nochebuena.

¡Cuánto pudimos aprender de aquellas mujeres, cansadas como perras! Se gana lo que se pierde.
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