09/05/2015
 Actualizado a 07/09/2019
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Ha empezado, se ha abierto el parque temático: el mundo es de color de rosa y existen los castillos, las princesas, los ensalmos. Pone uno el oído y se escuchan bondades y júbilo o sana y justa cólera. Un tipo con coleta y perilla que debe de ser Peter Pan, chaval entusiasta y desmemoriado, se rodea de un batallón de niños perdidos, esperando vencer a Garfio, mientras auscultan el tic-tac, tic-tac del reloj que –¡ups!– se ha tragado un cocodrilo. Por el otro extremo asoma un Bambi anaranjado, cuya madre, de nombre Rosa, acaba de sucumbir en un incendio. No sabemos si él tuvo que ver (esto es Disney, no Juego de Tronos...). Pero ojo, al último que llamaron Bambi, ya saben: no lo era en absoluto.

También tenemos brujas, por supuesto. Hay una que mira aviesamente hasta a su propia comparsa, se hace la loca cuando hay problemas y la lista cuando no los hay. Y recita su sortilegio con mueca siniestra: «Soy liberal», dice, como si supiera o explicase qué es eso. En su boca, esa palabra da miedo. Pero aún no sabemos si es Cruela de Vil y nosotros sus dálmatas o, simplemente, lleva un cargamento de manzanas envenenadas. Hay, claro, un príncipe con la rosa en el puño, apuesto y galante, pero que apenas tiene papel como personaje, aparece poco y, tal vez, al final. De reojo, al fondo, en un país que quiere ser un mundo ideal, Aladín saca de vez en cuando su genio de la lámpara para pedir deseos. Por aquí y por allá vemos al gato de Cheshire, que desaparece a la mínima, aunque se supone que manda más que nadie; y al pato Donald, que hace de portavoz del que manda, escupiendo sin piedad un bufido tras otro... La reina de corazones, mientras, seguirá pidiendo cabezas, pero en voz baja, esta temporada al menos. Cómo sonríen todos... qué miedo da.

Es un juego sencillo. Piensen ahora quién hace de Dorothy, de espantapájaros sin cerebro, de hombre de lata sin corazón, de león cobarde, de bruja del Oeste y de mago de Oz. Cuentos hay para todos los gustos. Por unos días.
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