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Caminando ‘del bracete’

04/01/2015
 Actualizado a 07/09/2019
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Me pareció un canto insuperable a la vida. Fue anteayer, en la portada de este mismo periódico. La fotografía daba cuenta del primer nacido del año, un niño que se llama Diego y que duerme en el letargo de un bebé satisfecho y cansado. Está en brazos de su madre. Ambos ocupan el centro exacto de la imagen. La madre se ve atraída por el objetivo de la cámara, con cara vivaracha y ojos luminosos; no es para menos: es su primer hijo y todo ha ido bien. Está recostada y apoyada en su marido.

Este mira con una sonrisa tímida hacia el fotógrafo, como si quisiera abrir las barreras de un futuro, siempre incierto, a fuerza de optimismo humilde. A la derecha de la foto hay un niño y una niña, presumiblemente hermanos entre sí. El niño, seis o siete años, también busca el objetivo, con el equipamiento de la fotogenia que le presta la edad en la que se mezclan ingenuidad y picardía.

Pero donde, de verdad, quedó prendida y prendada mi mirada fue en la niña, cuatro o cinco años, con un vestido adivino que de punto, estampado en colores vivos y con motivos vegetales y geométricos, pepona, seria, modosa. Dos cosas me llamaron en ella especialmente la atención. Su manita derecha, regordeta, atenazando (¿nerviosa?) el brazo izquierdo del niño, como si buscara, a la vez que seguridad, los apoyos necesarios para poder entrar ‘del bracete’ en el festín de la alegría de los demás. Y su mirada; la única del grupo (fuera, evidentemente, del recién nacido) que ha prescindido de la presencia del fotógrafo. Parece mirar al infinito, pero su vista pasa rozando por la cabeza de Diego. Se me antoja pensar que esos ojos pretenden romper las nieblas de los orígenes de la raza humana y llegar a desentrañar cómo es posible tal milagro, para disfrutar con solemnidad contenida (nada más impresionante que la seriedad de un niño) del desvelamiento de lo inesperado.

Todo en la fotografía es un poema dedicado al hecho de vivir, el más alto bien que imaginarse pueda, el fundamento de nuestra dignidad, el gozne en el que se insertan derechos y obligaciones, el pasaporte para un mañana de mil posibilidades. Es el milagro de existir, arropado en el coro humano de alrededor que canta con los ojos la alegría de experimentar que no estamos dejados de la mano de Dios. La vida sigue a pesar de nuestros crímenes de lesa humanidad. Una vida que es capaz de sentir y padecer, pensar y amar, abrazar y compartir. Y hasta de ir ‘del bracete’ de otros para decir al mundo entero que merece la pena seguir esperando.
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