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Cambio climácico

08/12/2019
 Actualizado a 08/12/2019
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El efecto global de la actividad reciente del ser humano sobre el clima del planeta fue demostrado hace más de medio siglo por un maestro de Cardedeu (Pere Comas) durante sus paseos en el Vallès Oriental y por los agricultores de los kibutz de Israel, gota a gota. Solo unos cuantos necios, seguramente encubriendo intereses espurios, se atreven a negarlo ya. Los de Vox, que lo llaman «consenso progre», un día de estos negarán la ley de la gravedad y saldrán levitando al espacio exterior, por suerte. O Trump, fiel indicador de lo correcto, que es exactamente lo contrario de lo que diga o haga.

El debate no está ahí, es cosa superada, por mucho que queden rescoldos de aquellas hogueras, como siempre sucede (la prensa todavía publica horóscopos). Ahora la cuestión reside en qué hacer, si puede hacerse algo, si hay tiempo y opciones. Soy escéptico; ningún cambio en la historia de la humanidad ha llegado como consecuencia de una toma de conciencia colectiva y una acción conjunta deliberada. Ese tipo de transformaciones globales tienen lugar porque producen beneficios progresivos a una escala suficiente como para garantizar su éxito. Mera cuestión de rentabilidad. Mi única esperanza es que la lucha contra el cambio climático se convierta en un buen negocio. Lo que también depende de que la falta de compromiso con esa lucha sea penalizada con severidad hasta convertirla en ruinosa.

En este último caso, las medidas gubernamentales resultarán decisivas. La obvia y cruda oposición de los lobbies empresariales utilizará, como tiene por costumbre, sobornos (prebendas, puertas giratorias, etc.) o fraudes legales. La concienciación ciudadana, primer asalto en que se dirime esta pelea, resultará determinante para exigir medidas políticas que, hasta la fecha, solo han maquillado programas electorales. Esperamos que el partido verde alemán sea una punta de lanza, no una excepción. Pero también utilizan ese tipo de maquillaje empresas señaladas por su enorme capacidad contaminante que se venden como ‘verdes’ sin el menor rubor. U otras que maltratan a sus trabajadores sin que ello les impida promocionar una imagen ecologista, como si la ecología no fuera una forma primordial de justicia social. Algunas de estas empresas patrocinan la cumbre chilena de Madrid.

El otro caso se divide en dos vías: la de las empresas que emprenden negocios relacionados con la mejora de la habitabilidad del planeta, un sector creciente pero aún raquítico. Y, en segundo lugar, la de las que comprenden que las calamidades provocadas por las alteraciones climáticas serán, a la larga, un negocio ruinoso. Ya sucedió con el tabaco, una industria boyante y alentada hasta que la factura sanitaria superó los ingresos por impuestos. La cuestión, por tanto, es dejar de fumar. Nada menos.
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