22/06/2017
 Actualizado a 17/09/2019
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Este que dice que está un mejicano apoyado en una tapia con sombrero ancho y poncho, echando una siesta a media tarde en un pueblo próximo al desierto de Sonora. A su lado, un mastín leonés que le había enviado un primo suyo de San Emiliano. Setenta kilos de mastín, un pedazo de mastín... Hacía calor, mucho calor. Tanto el paisano como el perro, dormidos como tapias, ( ¿pilláis la ironía?). De pronto, pasa a su lado una Harley petardera acelerando a tope. Brrrrrrrrrrruuuuuunnnn, brrrrrrrrruuuuuunnn.... Al cabo de media hora, levanta la cabeza el perro y dice, «guau», y se vuelve a echar. Pasa otra media hora y levanta el sombrero el paisano. Se queda mirando al perro y dice, «¡se me volvió bravo, el Boby!».

Viene a cuento este chiste, (muy mal contado, como todos los que cuento, perdóname, Javi, dónde quiera que estés), por lo de la ola de calor que no nos deja descanso desde hace una semana. La verdad es que en esta provincia estamos mucho más acostumbrados al frío y, por lo tanto, cuando viene el calor sahariano nos encontramos desvalidos, sin saber como reaccionar. Normalmente, lo intentamos bebiendo Mahou como locos, aunque no sé si este es el camino correcto; más que nada por que las resacas más perversas y peligrosas que uno recuerda son de verano y después de meterte entre pecho y espalda muchas botellas de ese precioso líquido que inventó el chino ese que mandaba en China durante mucho tiempo y que se llamaba Mao, la solución es ir a dormir la siesta como el perro y el mejicano. (¿O no fue ese el gachó y fue otro que vivía en Madrid, al lado del campo del Atlético?) Tanto da; el asunto es que inventó un mejunje milagroso y le debemos estar agradecidos por los siglos de los siglos.

Me parece bien, por otra parte, que el Ministerio de Sanidad, que en este caso bien parece el Ministerio del Tiempo, porque todos los años repite, como el pepino, lo que tenemos que hacer cuando nos invade el calor africano: que no vayamos sin protección en la chola, que no trabajemos, si se puede evitar, en las horas que más aprieta, que no bebamos y comamos en exceso, que bebamos mucha agua aunque no nos guste, que llevemos ropas livianas, que durmamos, si podemos, encima de la cama y sin tapar y a una distancia prudencial de la contraria, con la que, si es posible, no debemos hacer ayuntamiento, por lo que se suda, mayormente, y ya sabes que no es bueno deshidratarse. El susodicho ministerio, cuando hace frío, nos recomienda, igualmente, las mismas consignas, pero al revés, que no quieren que nos pille la nieve o la friura en medio del campo y a veinte grados bajo cero. Se conoce que el mencionado ministerio pretende que muramos con buena salud, paradigma de cualquier político con inquietudes y que lleve este negociado tan importante para el pueblo. Lo que no entiendo es por qué dan tanto la tabarra con lo de dejar de fumar. Sí, me hago cargo de que el tabaco es más malo que el sebo, que mata más que las guerras. Pero, perdonad mi ignorancia, no comprendo como, cada vez que compro un cajetilla de tabaco en el estanco que me viene a costar 4,55 euros, el Ministro de Hacienda, ese que tiene cara de vampiro sodomizado, mete en el bote de los impuestos indirectos más de 2 euros de esa cajetilla. ¿No quedamos que el tabaco es malo? Que no lo vendan..., y que no ganen tanto dinero haciéndolo.

Además, en estos tiempos inciertos, tenemos que soportar a los fundamentalistas de la salud, gente sin cargo pero con inquietudes, que, amén del tabaco, la han tomado con cosas tan cotidianas, (y por lo que se ve igual de malas), como el azúcar o la sal. Uno, la verdad, en estos casos no necesita resabios, porque no tomo azúcar ni sal, pero conozco a mogollón de peña que sí lo hace y que empiezan a ser mirados, por estos salva-patrias del tres al cuarto, tan malamente como a los fumadores. ¿Es que no saben que ‘salario’ viene de la sal que recibían los obreros como pago a sus trabajos? Es que no saben que el café sin azúcar (exceptuando a cuatro incautos como yo que nos da igual) es un brebaje por demás insulso? ¿Tienen que desaparecer, por mor de estos tipos, el flan, el arroz con leche o las natillas de nuestro menú? ¿Es que quieren imponer una suerte de ‘ley amarga’, imitando a sus hermanos antecesores americanos con la ‘ley seca’, tremendo error que no tardaron en rectificar, en la que se prohibió el alcohol en los Estados Unidos, dando lugar a un rentable negocio de contrabando que no pagaba impuestos? ¿Estamos tontos o qué? ¿Qué va a pensar el Ministro de Hacienda de este plan absolutamente subversivo? ¿Pretenden que surja un mercado clandestino del azúcar o de la sal? A toda esta gente, desde el incordio que da tener que soportar mientras escribo casi treinta grados a la sombra, un consejo: prohibido prohibir.

Salud y anarquía.
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