13/03/2020
 Actualizado a 13/03/2020
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Puede parecer una tontería, pero cualquier cambio de denominación de una calle conlleva más de un quebradero de cabeza para los habitantes de cualquier ciudad.

Por supuesto para los que viven en las calles afectadas, que, de pronto, han de cambiar todas sus direcciones en sus comunicaciones a familiares y amigos, con riesgo de olvidar a más de uno, pero aún peor es para empresas y comercios, que han de hacer lo mismo en cartelería, sobres e impresos, por mucho que ahora los correos electrónicos y demás procedimientos modernos hayan aligerado el tema.

Aparte de todo eso, más incidencias tiene. Por ejemplo, hace unos días me vi buscando un proyecto de un edificio bastante antiguo, de otro arquitecto, sobre el que había que hacer un informe, y del no había más referencia que la calle y número, calle y número que no se correspondía al día de hoy con el que había tenido. Lo encontré pero entonces entendí esas cosas de las películas de policía (salvando la escala, claro) en que se montaba todo un dispositivo de rastreo y descarte hasta dar con malo de la película.

Viene todo esto a cuento del anuncio por parte del Ayuntamiento de León del propósito de cambiar unas cuantas vías del municipio y de otros aledaños.
Claro que eso de los cambios de calles existe desde que el mundo es mundo, y según el compás de las olas reinantes.

Por mi edad y desde que tuve uso de razón, viví un montón de años en ese periodo que ahora la Ley de Memoria Histórica pone en revisión. La mía se remonta más o menos a 1949 y años siguientes, en los que viví peor que algunos y mejor que otros, ya sean de los que aquí se quedaron como de los que se fueron, que de todo hay en la viña del señor.

Por eso me llama la atención algunas de las cosas de las que ahora me entero (y eso que se supone que debería conocerlas o, al menos haber tenido alguna noticia, que para eso lo viví un buen montón de años).

Por ejemplo, ahora me entero, y más de uno conmigo, de que a José Antonio Primo de Rivera se le llamaba ‘el ausente’.

O que Carlos Pinilla, cuyo nombre da título a todo un barrio muy característico de viviendas que diríamos ‘sociales’ para la época, que es un conjunto arquitectónico protegido y en el que el citado personaje cometió diversos desmanes urbanísticos y de presión para la ejecución del barrio, forzando expropiaciones y apropiaciones, como cualquiera que goza de poder y mando(no puedo evitar el recordar el famosísimo ‘exprópiese’ del fallecido Chávez).

Que la calle ‘Campanillas’ es el nombre de una Hermandad de excombatientes que tenía que ver con el frente de Guadarrama.

¿Y la avenida de Roma?Siempre creí, y supongo que la grandísima mayoría de leoneses,que se trataba de una calle más como la República Argentina o cualquier otra ciudad o país del mundo mundial y resulta que tiene que ver con un homenaje al fascio italiano.

Lo de ‘Generalísimo’ ya fue cambiado a calle Ancha, que es como se llamaba antes, y que es bastante más bonito. Y bastantes más que no voy a enumerar, nombres y apellidos que se relacionan con la situación política de aquellos tiempos.

¿Y qué recuerdos o impresiones me dejan todos esos nombres y apellidos, más allá de ubicaciones en las que profesionalmente, proyectando, informando o visitando, he estado?

Pues bueno, la avenida de Roma, es donde se instalaba el circo de los hermanos Tonetti, donde viví y crecí hasta que cumplí los 14 años, justo enfrente de la pescadería Gómez, muy conocida entonces y hace años desaparecida.

Alcázar de Toledo siempre lo asociaré al sitio donde patinábamos los chavales, pues, además de no haber coches, tenía un maravilloso pavimento liso y perfecto.
Pinilla era el barrio donde vivía mi amigo y compa de colegio Carmelo, hijo de ‘lamparilla’, conoco periodista del diario Proa y que una vez se inundó por lo que allí nos fuimos todos los amigos a ayudar.

Campanillas tiene peor recuerdo, pues fue donde proyectamos y construimos unas viviendas en las que ocurrió el fallecimiento de un trabajador, el único en todo mi ejercicio profesional, por un accidente laboral complicado con unos quistes hidatídicos.

Y poco más.

Ahora, una vez más, se quieren cambiar tal y como ya se cambiaron antes y antes (¿alguien recuerda que Ordoño II anteriormente era el Paseo de las Negrillas?).

El caso es que nada de esto sucedería si pusiéramos simplemente nombres neutros, en general más eufónimos, más bonitos y, sobre todo, imperecederos.

Recuerdo ahora a los norteamericanos. Ahí está Manhattan, ¿los nombres de las calles? Pues números. Suena algo raro e impersonal eso de calle 45 esquina la 32, pero, desde luego, no generaría problemas.

O sí, porque, siendo como somos, ya aparecería alguien para señalar que esos números son arábigos, lo que supone una relación con el islamismo, y que lo mejor sería, siguiendo nuestra tradición latina, que los números fueran números romanos. Sería algo así como calle XLV esquina a la calle XXXII.
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