12/12/2014
 Actualizado a 18/09/2019
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Podría reconocer la letra de mi abuelo Abraham entre miles de textos manuscritos. Aunque quizá me equivocase en algún caso, desafortunadamente ya pocos, porque mi abuelo era maestro y sé que muchos de sus alumnos (alguno en Villafer, por ejemplo, donde tuvo la suerte de inaugurar la escuela del pueblo diseñada por Torbado) aprendieron e imitaron su caligrafía que no resisto a calificar, a fuer de redundante, de bellísima. Era, como es obvio, una caligrafía cursiva, no de esas de palo o imprenta que se ha impuesto en los últimos años. Podría también reconocer entre miles la letra de Nicolás Miñambres, por ejemplo. Y la de algunas otras personas cuya escritura es hermosa por razones diversas: por su redondez, la pureza de sus trazos o su barroquismo. Todos escribían, creo que lo seguirán haciendo quienes viven, con pluma. Nunca se pasaron al bolígrafo, al menos de forma generalizada. Escribir con pluma, cuidar la caligrafía o ser incapaz de escribir mal es algo que solamente pueden entender quienes encuentran placer en escribir a mano. Algo que, como todos los placeres, es algo muy personal. Curiosamente, mi padre no aprendió del suyo la caligrafía probablemente para no contravenir el refrán ‘en casa del herrero, cuchillo de palo’. Y eso que un año de su educación primaria tuvieron que compartir aula. Se rifó un único cachete en todo el curso, recordaba mi padre, y fue para él por la única razón de ser hijo del maestro. Nada raro pero doloroso para un chiquillo, por lo injusto. Pero escribía bien y yo también podría reconocer su letra entre muchas. E imagino el estupor que le habría causado la decisión de los fineses de abandonar en la escuela la escritura cursiva y sustituirla por la de imprenta con la intención de, más pronto que tarde, desterrar la escritura tradicional. Yo hubiera tenido que explicarle que, de nuevo, Finlandia tiene muy en cuenta que las pruebas Pisa de la OCDE (otra vez la institución esta que parece pública pero no lo es) se harán en formato digital y en ellas no se escribirá a mano. Ayer, después de tres años bien custodiada en un cajón, yo he recuperado su estilográfica para no olvidar cuánto me gusta escribir (a mano).
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