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Calefacciones de carbón... ite missa est

23/10/2020
 Actualizado a 23/10/2020
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La revolución industrial, los avances técnicos y la propia inventiva humana llevaron a los edificios la calefacción por radiadores.

Desde los tiempos de Maricastaña, aquellos en que el espíritu gregario hizo pasar de las cuevas a las chozas, de las chozas a los edificios y de los edificios a las ciudades, el mejorar la confortabilidad fue siempre parejo.

De las hogueras en cuevas pasamos al fuego en los hogares, de ellos a las estufas de todo tipo y de ahí a la calefacción, sin olvidar por el camino algo tan de por aquí como ‘la gloria’.

Por eso, con el desarrollo industrial llegó la calefacción tal como la conocemos hoy, por radiadores o por aire (aún recuerdo aquellos años en el Colegio de los Agustinos como día de asueto el día en que se ponía en marcha la caldera, pues como el sistema era por aire, salía por allí de todo, además de aire caliente, motivo por el que nos mandaban a todos a casa).

Y de la leña pasamos al carbón, aquí, donde, si algo había era precisamente de aquello.

Aquellas carbonerías, hoy desaparecidas, donde nuestros abuelos compraban el carbón para la casa. Antracita, que, decían, era la mejor de Europa porque daba mucho calor. Aunque ese era el carbón de los ricos. Los ovoides eran el carbón de los pobres.

Si mal no recuerdo había en la plaza de la Pícara una carbonería que tenía una máquina de hacer ‘ovoides’, que a mí me tenía admirado: dos tambores con el molde de medio huevo, girando uno frente al otro mientras entre ellos caía el polvo de carbón (con alguna otra cosa que no lo era tanto). La presión sincronizada iba conformándolos para luego caer a un cajón. Podía pasarme horas viendo maravillado aquel prodigio de la técnica, mientras los brillantes huevos de carbón (o lo que fuera) se iban amontonando. Luego, la señora Manuela, o el propio carbonero, lo llevaba a las casas para la caldera y la cocina ‘económica’, tipo Bilbao, llamadas así porque llevaban un sello en relieve con el nombre del fabricante y un ‘Bilbao’ bien grande.

Cuántos calderos de carbón subieron escaleras y cuántos de escoria bajaron.

Luego vino el fuel pesado, el gasóleo, el gas y los pellets.

Pero mientras las calderas individuales rápidamente se pasaron al gas, porque eso de trasegar cubos era demasiado, en muchos edificios se siguió con el carbón, entre otras razones porque siempre fue el procedimiento más barato, aún a riesgo de los peligros que, sobre todo por envejecimiento de la instalación, suponían para el edificio. Sin contar con la contaminación que la combustión del carbón produce.

En 2012 se dio un ultimátum para proceder a la sustitución de calderas, ultimátum que, este país es así, se ha ido soslayando, dulcificando, haciendo la vista gorda o como se quiera.

Y una cierta razón había para esa laxitud: evidentemente los edificios más antiguos son los que mantienen el uso del carbón, pero también son esos mismos edificios los que, por razón de edad, están habitados por personas mayores, jubilados en buena parte que dependen de su pensión, a los que el cambio supone un quebranto económico importante, pues no solo es la caldera, es también la instalación de combustible y de toda la sala.

Desde aquel 2012 han pasado ocho años. Hoy ya no hay más moratorias. Ha habido accidentes y eso ya no es admisible.

Además, ahora sí, ya está en vigor la obligación de proceder a la instalación generalizada de contadores de calorías (repartidores para el caso de instalación de radiadores servidos por velas verticales, que es el sistema usado desde siempre para las calderas de carbón), y que es imposible con calderas de ese tipo. Aunque esa es otra historia.

Por tanto, amigo lector, si su casa tiene calefacción de carbón, ya no hay más «tío páseme usted el río»: los aplazamientos se han acabado, por su seguridad y porque el medio ambiente, en este mundo y país en que vivimos, ya no admite más polución.

Y es verdad que es muy contaminante y que nos estamos cargando el planeta, pero, la verdad, se le queda a uno la cara de tonto viendo como nosotros, Europa, estamos reduciendo las emisiones mientras China, con mil seiscientos millones de habitantes, treinta y cinco veces más que España, se sigue surtiendo mayormente de electricidad producida en centrales térmicas.

En fin. Que ite missa est…
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