06/09/2016
 Actualizado a 07/09/2019
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Calcuta es una de esas grandes ciudades de la India donde, contando con los alrededores, viven o malviven casi quince millones de seres humanos, con todas las cosas buenas que tiene este gran país asiático, pero con la viva presencia del caos y la miseria. Lo normal es que en medio de este vasto panorama la presencia de una mujer de aspecto menudo y rostro arrugado, que además es monja católica en un país mayoritariamente hinduista, pase totalmente desapercibida.

Parece evidente que, cuando Madre Teresa decidió salir a la calle para ocuparse de los más pobres y desheredados, de los que nadie quiere, para acompañarles en su enfermedad o en su agonía, para aliviar sus dolores o su hambre y sed, para darles un poco de cariño, ella no pensaba en ninguna recompensa humana, ni por supuesto en el premio Nobel o que la enterraran con honores de Jefe de Estado. Tampoco pensaba en que algún día pudieran canonizarla. Más aún, en principio se encontró con muchos problemas y experimentó el rechazo y hasta la persecución.

Canonizar significa poner a alguien como canon, como modelo al que seguir. En realidad no hacía falta que la Iglesia la canonizara oficial y solemnemente, pues su ejemplo ya ha dado y está dando muchísimo fruto. A parte de la ingente labor de todas las hijas de su congregación, extendidas por todo el mundo, afortunadamente Santa Teresa de Calcuta no es un raro fenómeno de una rara especie, sino que hay cientos de miles que han hecho y siguen haciendo prácticamente lo mismo, aunque no reciban ningún especial galardón y permanezcan en el anonimato ante la opinión mundial. Y, por qué negarlo si es verdad, es preciso reconocer que el principal motor de esa labor humanitaria es reconocer a Jesucristo en los más necesitados. Más de uno en casos como éste pretenden fijarse solamente en la dimensión social, desligándola de dimensión religiosa y cristiana. Más aun, también a Madre Teresa le han salido detractores que intentan minimizar y desacreditar su trabajo.

Sin duda Calcuta es una ciudad inseparablemente unida a esta monja albanesa, cuyos restos reposan en ella como uno de sus mejores tesoros; pero podíamos decir que en el mundo y en nuestros pueblos y ciudades hay infinidad de Calcutas en las que, siguiendo el ejemplo de la santa, todos podemos hacer mucho bien. Son tantas las necesidades y las miserias que podemos ver incluso a nuestro alrededor, que oportunidades no nos faltan para poder seguir, aunque sea a infinita distancia, su hermoso ejemplo.
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