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Calambriza y carámbano

20/01/2021
 Actualizado a 20/01/2021
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Los paisanos andan estos días de calambriza rascándose la tapa de los sesos por debajo de la gorra de paño de lana echando mano a su termostato vital para medir este frío con aquel que pasaban de jóvenes. «Aquello sí que era frío… y lo de este año, también». Cuentan cómo eran aquellos carámbanos y se le congela a uno hasta el tuétano solo con oírlo. Pero no hace falta ir lejos en el tiempo y basta con bajar al corral para comprobar que «al invierno no se lo come el lobo». El suelo es una pista de patinaje, el grifo de la pila ya no echa agua hasta que no le dé por llover y la humera de la chimenea de la cocina de horno se confunde con la niebla. Llevamos unos cuantos días, demasiados, en los que ni siquiera se consigue atisbar la casa del otro lado de la calle. No se encuentra una la sombra en un paseo en el que el frío duele y en el que se puede escuchar ese otro silencio que inunda el pueblo, el del hielo. La escarcha acuchilla las verjas, las hierbas de las cunetas, las ramas de los árboles sin hojas, los pollos de las ventanas y los bancos de la plaza. Los cardos se alzan presumidos con esa capa blanca que lo envuelve todo. Las lonas de las medas de paja se sienten más resbaladizas que nunca y los sabañones se barruntan en las manos rojas de los ganaderos que rompen el hielo para dar de beber a sus animales. A donde no llegó Filomena más que con cuatro copos llegó el invierno con esa crudeza que curte a quienes lo pasan limpiando pesebreras, ordeñando, amamantando terneros y sacando abono. Son ingenieros de la supervivencia y no abren telediarios. Ellos lo que abren son caminos de futuro para el medio rural mientras al resto el invierno no nos parece tan frío con las dos resistencias del brasero al rojo vivo. Vuelvo a él, a la retaguardia del invierno, a la espera de que escampe y de que llegue el siguiente silencio, el de la primavera.
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