Calamares del San Román

26/01/2021
 Actualizado a 26/01/2021
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Ya sé que parece complicado encontrarle relación a la imagen del día con los recordados bocadillos del bar San Román, en el barrio que hoy llaman Romántico pero en aquellos años 60 y 70 no era romántico ni Gustavo Adolfo Bécquer.

Eran los tiempos en los que la única forma de estar gordo era acudiendo al San Román a comer bocadillos de calamares y, mientras Rufo trajinaba la fritura, te mirabas en su famoso espejo, que ya te devolvía la imagen engordada, lo que agradecías pues lo que peor llevaban las abuelas de entonces era que «al niño no le luciera lo que comía»; con el trabajo que costaba alimentarnos para que cayera como en saco roto.

Los cientos de internos llegados de los pueblos a los colegios de la capital acudían en masa los domingos buscando el bocadillo y se miraban en el espejo que llamaban cóncavo, por más que el profesor de física se empeñara en llevarles la contraria y explicarles que era convexo. O al revés, pero a aquellos bachilleres nadie les podía robar ese placer de engordar en aquel espejo ‘cóncavo’, que era una palabra que producía un placer especial al pronunciarla. Y hasta había quien maliciaba que convexo no les gustaba a los frailes temiendo que aquellos internos escondieran tras ella una forma de decir que habían tenido una tarde dominical «con beso».

Así eran los tiempos, en los que lo mejor que se podía hacer con la realidad era deformarla como el espejo que amenizaba la espera de los calamares. O como los botones que ha descubierto Mauri en uno de esos trajes festivos de tantas celebraciones que enmascaran y lucen la vida diaria de una tierra que se puede enfrascar en discusiones sobre todo, incluido el color de la calle por la que paseaban los de los calamares.
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