01/11/2016
 Actualizado a 09/09/2019
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Recuerdo de la infancia que las calabazas solo se empleaban para dar de comer a los cerdos, hasta que, mucho más recientemente, hemos podido descubrir la exquisitez del puré de calabaza. Además, el término calabaza tenía una connotación despectiva al dar nombre a las malas cosechas de los estudiantes o al fracaso de quien no tenía éxito en sus pretensiones amorosas. Pero lo que, gracias a Dios, nunca pudimos experimentar es la utilización de este fruto como hacen ahora los niños y jóvenes en torno al primero de noviembre, importando tradiciones paganas que no eran de nuestra cultura para dejar a un lado la celebración cristiana de Todos los Santos y la conmemoración de los fieles difuntos.

Hace un par de meses, cosa insólita en nuestros tiempos, dos niños entraban, de la mano de su padre, en el cementerio con ocasión del entierro de su bisabuela. Para ellos todo era una novedad y no paraban de hacerle preguntas. Ahora los niños no van a los entierros. Se les quiere ocultar la muerte. Y no deja de ser un engaño y un error, porque es pretender cerrar sus ojos a la realidad, por cruda o por esperanzadora que sea. Pero también en el mundo de los adultos se pretende hacer de la muerte un tema tabú. Los que desde niños vimos y oímos, como diría Machado, los golpes del ataúd en la tierra, o los golpes de la tierra sobre el ataúd, tenemos motivos para ser más realistas y no vivir el engaño de pensar que la muerte no existe. Lo de la esperanza se refiere que a la par que tomábamos conciencia de lo efímero de esta vida también teníamos claro el significado original de la palabra cementerio, esto es, dormitorio, lugar de reposo en espera de la resurrección.

Es verdad que la incineración lo único que hace es adelantar el proceso de la conversión de la carne en cenizas y que no es ningún obstáculo para poder esperar la resurrección, que no es lo mismo que reanimación. Pero no es de extrañar que el Papa, a través de la Congregación para la Doctrina de la Fe, haya querido subrayar que el uso que a veces se da a las cenizas no siempre ayuda a ser un signo de fe y esperanza en la resurrección. Felizmente la fiesta de Todos los Santos sí que intenta ayudarnos a poner nuestra mirada en el cielo más que en los cementerios. Lo malo es que esas calabazas huecas con frecuencia son la expresión de unas cabezas no menos huecas y vacías, cada vez más incapaces de pensar seriamente sobre las grandes realidades de la vida, de la muerte y del destino sobrenatural del ser humano.
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