09/02/2020
 Actualizado a 09/02/2020
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La sombra de las cajas, de ahorro, es también alargada y hasta esta orilla del tiempo llegan ahora alguna de sus siluetas más opacas. No fue suficiente con su exterminio, pugnan ahora en sede judicial por su patrimonio menos evidente pero no menos valioso. Por eso precisamente pugnan, como se hizo antes por los dineros contantes y sonantes, por los clientes y por la cuota de mercado. Por el negocio.

Este litigio es una muestra más de la calaña de los personajes que jugaron esta partida: unos perdieron, otros ganaron, pero todos participaban de parecidos intereses. Harto se criticó a las direcciones últimas de aquellas entidades, posiblemente con razón, pero sus herederos, al parecer mucho más profesionales, no tienen rostros más inocentes. Son profesionales, eso sí, no son políticos como aquellos de los consejos de administración que tanto se censuraron. Pero hete aquí que los manejos no son exclusivos de quienes fueron juzgados entonces como corruptos por antonomasia. Las nuevas generaciones de gestores disfrutan también de sus tejemanejes.

El caso es que lo que se ventiló en la masacre de las cajas no fueron tanto las impurezas del procedimiento, que seguramente las hubo, sino quién se quedaba con el negocio mondo y lirondo. La voracidad de la banca privada y liberal, sirviéndose como otros depredadores de la excusa de las crisis, eliminó del mercado una competencia más que estimable, que gozaba además de cierto tono público marxista (como se dice ahora de todo lo detestable). Aunque hubiera ‘villarejos’ por medio y otras trapacerías burdas, el guión de la propiedad privada lo soporta todo.

También esquilmar con desfachatez, tal y como se observa ahora en el lío entre los dueños de Unicaja y los patronos de Fundos, herederos directos respectivamente del ‘músculo financiero’ y de la obra social de aquellas cajas locales de las que quedamos huérfanos. Sobre todo en ese medio rural tan vaciado incluso de oficinas bancarias, donde ni un cajero les han dejado como consuelo.
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