12/03/2020
 Actualizado a 12/03/2020
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Me contó un amigo, que tiene un cargo importante en la ‘Madera’, una historia que es por demás aleccionadora. Resulta que un cargo importante del Gobierno de España, un día que se encontraba sin mucho que hacer y medio deprimido, decidió venir a dar una vuelta a esta provincia para ver si era verdad todo lo que han dicho los medios desde la rogativa que sacó a la calle a miles de personas. Además, había oído hablar tanto de las bondades de León, de sus hermosos paisajes, de sus comidas sabrosas , de sus ríos, antaño llenos de truchas, que quería verlo todo con sus propios ojos, no fuese que el tío que lo contó en el Ministerio, (natural de León, obviamente), hubiese exagerado. Sin pensárselo más, llamó a su chófer y a su guardaespaldas y se pusieron en camino. El viaje desde Madrid, como todos sabéis, dura unas tres horas y media, con lo que, al entrar en la provincia, el personaje estaba aburrido como una ostra. «Oye, –dijo al conductor–, abandona la autovía y vete por la carretera nacional, que necesito ir al baño y, además, me apetece tomar un café en un pueblo». Dicho y hecho. El funcionario condujo por la carretera hasta que dio con el primer pueblo. «Jefe, que el bar está cerrado». «No pasa nada. Conduce hasta el siguiente». En el siguiente ocurrió lo mismo. «¡Joder!, ¿qué pasa aquí? ¿Es que han decidido cerrar todos el mismo día? Además, no se ve ni un alma por la calle». Llegaron a otro pueblo y, ¡eureka!, vieron un bar abierto. «Aparca rápidamente, que me meo». El personaje entró en el local y no se encontró más que con una señora vieja detrás de la barra. «¿El servicio, por favor?». «Al fondo a la derecha». Acabado de hacer la micción tan apremiante, volvió a la barra y dijo: «Me pone un café solo, haga el favor». La señora abrió una puerta y gritó: «Soluuuu». «Si señora, uno solo». Sin cambiar de postura y de lugar, la vieja arreció con su grito: ‘Soluuuu’. «Qué sí, señora, que quiero un café solo, ya se lo he dicho dos veces». Ni caso. ‘Soluuuu’, volvió a gemir la paisana. El político no salía de su asombro. Pensó que a la señora le faltaba un verano, que estaba sorda o que le estaba tomando el pelo. ‘Soluuuu’, repitió impertérrita. «Mire señora, no se preocupe. No me ponga nada, no hace falta. Si no la importa, me voy». Decidido a marcharse, el hombre volvió grupas hacia la puerta. En ese momento, apareció en la barra un hombre de unos cincuenta años. «¿Qué desea el señor?». «Nada, no se preocupe. Ya me iba. Es que he pedido un café solo varias veces y esa señora lo único que hacía era gritar Soluuuu». «Discúlpela, señor. Es que, ¿sabe usted?, me estaba llamando. Ella no sabe hacer café». «¿Y cómo es que lo llamaba gritando Soluuuu todo el tiempo?». «¡Hombre!, es que un servidor se llama Solutor. Apártese, madre, que hago un café a este señor». El político se rió con tantas ganas que entraron el guardaespaldas y el chófer a ver que estaba pasando. El político nunca reía. Era famoso por su gesto serio, por su escaso sentido del humor. «Entrad, entrad, no pasa nada. Venga, tomad lo que queráis».

Fuera, la tarde era espléndida. Aunque hacía un frío del demonio, el sol dominaba el cielo y permitía ver un horizonte casi infinito. Las lejanas montañas se observaban cubiertas de nieve, los árboles de la ribera, desnudos de hojas, ponían el punto melancólico al paisaje, que, a esa hora, veía como las nubes de humo de las chimeneas de las pocas casa habitadas del pueblo, acompañaban a la soledad en su camino hacia la noche. El político no conoció, aquel día, nada de León. Bueno, nada no. Conoció a Solutor y a su madre, y a cinco o seis parroquianos que iban llegando poco a poco, sin prisas, tranquilamente. Bebieron, entre todos, muchas botellas de prieto picudo y de cerveza, acompañadas de tortillas, chorizo, cecina, jamón y de queso. Para rematar la jugada, volvieron a tomar café y se metieron entre pecho y espalda varias copas de sol y sombra. El político estaba encantado. Hacía muchos años que no se divertía tanto. Hasta se escojonó cuando uno de los parroquianos, borracho como una cuba, le recitó aquello de «a cantar me ganarás y a ponerte la montera, pero tocante al trabajo, tienes muy mala madera». Le costó un potosí marcharse. Solutor no dejaba de decirles que durmieran en su casa, que tenía camas de sobra, pero, al día siguiente, a primera hora, tenía en Madrid una importante reunión con unos jetas de la Unión Europea y no era cuestión de dejarlos tirados. Sobre las once de la noche, se volvieron a montar en el coche para emprender el camino de regreso. El chófer y el guardaespaldas estaban perfectamente, pero el político, nada más sentarse, cayó en el sueño de los justos. No dormía tan plácidamente desde hacía un montón de años.

Decididamente, volvería pronto a conocer mejor la provincia de León.
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