08/08/2020
 Actualizado a 08/08/2020
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Las últimas décadas vividas han arrojado ante nuestros ojos un mundo tranquilo, salvo dolorosas excepciones, por supuesto, como los terribles actos terroristas que acabaron con la vida de muchos inocentes. La paz absoluta no existe; sin embargo, de un breve tiempo a esta parte, se suceden acontecimientos de esos que seguro sabemos harán historia, sucesos que no creímos llegar a ver si nos los hubiesen vaticinado, por ejemplo, en los 90.

La fallida intentona de independencia de Cataluña, una moción de censura que, contra todo pronóstico, funcionó. Elecciones dobles. Pactos y más pactos. Una pandemia feroz y brutal y la consiguiente crisis económica en la que nos sumergimos cada día que pasa. El autoexilio de Juan Carlos I en un último intento de salvar la Corona. Esta huida hacia adelante demuestra muchas cosas, entre ellas que nadie es ajeno al poder de los jueces y que el tiempo termina sacando todo a la luz. Esto mismo podría aplicarse a Jordi Pujol y a toda su parentela. Pero la verdad es que si todos los políticos que han robado o se han enriquecido de un modo inmoral tuviesen la decencia de irse, los españoles respiraríamos aire fresco. Y si además de irse devolviesen generosamente lo birlado, igual hasta renacíamos en un plis plas de la hecatombe.

En la ciudad argentina de Bariloche, el dueño del Café Delirante, José Sojo, ha decretado un especial ‘derecho de admisión’ en sus locales. No deja entrar en ellos a los políticos, salvo a aquellos que donen el 25% de su sueldo a los afectados por el coronavirus. ‘Si perdemos, perdemos todos. Ellos escriben las normas, que las sufran’.

El sentido común debería hacernos pensar que ningún individuo merece determinados privilegios por nacer en una u otra cuna. Y, sin embargo, dejan solo luchando al único rey bueno. Eso sí, un autoexilio es un gesto, pero esto solo lo salvaría otro más delirante, un auténtico acercamiento al pueblo soberano.
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