24/05/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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Para que un catalán o un progresista iracundo aprenda a no odiar a España, que se vaya a Cádiz. Su provincia, como la nuestra, es un pasote; desde los pueblos de la sierra hasta los de la costa, pasando, y no de pasada, por sus pueblos blancos. Nada más relajante que tomarse unas cañas por elPuerto o San Fernando y luego comer, que se come como dios, bien y barato. ¿Qué más puede desear un viajero? Uno cree que poco más. Pero lo que siempre más me ha llamado la atención de Cádiz es su gente. Alguien que soporta sobre sus espaldas tres mil años de historia, tiene todo el derecho a ser amable, gracioso, mordaz, suspicaz o divertido. Son muchas las experiencias que han heredado y han vivido como para enfadarse por cualquier chuminada que se presente en el horizonte, como la santa crisis o la tontería de los catalanes. Pero volvamos al principio, a dar razones a los ‘progres iracundos’ y a los ‘polacos’ para que aprendan a no odiar a España conociendo esta provincia. En primer lugar, hablan todos español, o sea, castellano, aunque de aquella manera. No siempre, claro, pero las más de las veces he pensado que estaba en Marte o en Júpiter y no en España..., sobre todo cuando hablan entre ellos y rápido. Así y todo, dos de los mejores ‘manejadores’ del castellano nacieron aquí: José María Pemán y Rafael Alberti (para que todo el mundo esté contento, uno de derechas, de Franco, y el otro comunista, adalid de la República). A pesar de ello, todo el mundo se entiende, que es lo más importante. Otro sí: la constitución más liberal de Europa en su época, la famosa Pepa, nació aquí; bien es cierto que duró muy poco, pero fue elespejo en el que se fijaron las sucesivas constituciones americanas y las siguientes españolas, incluyendo a la actual, la ‘Nicolasa’. Era tan Progresista que fue la primera en admitir «la diversidad dentro de la unidad nacional», porque se reconocía la igualdad entre las distintas provincias, incluyendo a las americanas que hasta entonces eran poco menos que protectorados, (y ya sabéis lo que les ocurre a los protectorados).Pues esa constitución, la Pepa, se refrendó en el oratorio de San Felipe Neri, en Cádiz capital, que, por cierto, es muy hermoso.

Además, y no menos importante, los gaditanos, como los españoles en general, pero ellos más, son muy simpáticos, y tienen la sana costumbre de reírse hasta de su sombra, que es una terapia cojonuda para eliminar resabios de prepotencia. Todos sus políticos se tragan su orgullo y escuchan, riéndose, las coplas que les dedican en los Carnavales. Y estas, todos los sabéis, están llenas de ironíay de segundas y terceras intenciones. Y no pasa nada.... Aquí, por si fuera poco, nació, entre otros cientos de genios de la música, Camarón de la Isla y en su equipo de fútbol jugó nada menos que Mágico González, un puto genio que marcó la pauta de lo que debe ser jugar al balón con arte.

Sánchez Albornoz dijo que Córdoba y León eran el padre y la madre de la nación española. Si esto es así, que lo es, Cádiz debe de ser considerada nuestra abuela putativa, porque sus gentes son viejas , sabias y bondadosas.

Todo este rollo viene a cuento de las declaraciones racistas, sí, sí, racistas, de un imbécil al que han nombrado la semana pasada presidente de la Generalitat. Uno cree que en esta vida se puede ser cualquier cosa: tonto, avaricioso, chulo, zampón, ansioso, payaso...; pero nunca, nunca, racista. Y mucho más siendo español, que tenemos más mezclas que una macedonia de frutas. Todos sabéis, además, la que preparó aquel cabo austriaco medio loco en la II Guerra Mundial. Y todo porque no soportaba a los judíos, a los gitanos y a los negros... ¡Ay que joderse! Pues el pollo que manda ahora en Cataluña es, ¡Dios nos proteja!, un aprendiz de Hitler, o por lo menos eso se deduce de sus declaraciones y escritos. ¡Si es que le dan a un tonto un lápiz y se cree Cervantes!

Estoy tomándolo a risa, porque no me queda más remedio, pero es para temblar de miedo. Los que tenéis más de treinta años recordáis la que se montó en la antigua Yugoslavia a la muerte de Tito. Miles de muertos porque tuvieron la desgracia de ser distinto al que mandaba en su zona; porque creían en otro Dios o porque eran minorías en sus territorios. Me llamaréis exagerado, pero no creo que lo sea. Inocular el odio al diferente lleva siempre a la muerte de alguien que, por supuesto, suele ser inocente.

Por eso pido a todos los que sienten ese mal, en su sangre y en su cerebro, que se vayan a Cádiz a pasar quince días de vacaciones. Verán la cosa de otra manera.

Salud, anarquía y tres relax cada día.
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