oscar-m.-prieto-3.jpg

Cada pardal a su espiga

04/10/2017
 Actualizado a 15/09/2019
Guardar
Ya se ha cerrado la ventana estival, aunque el sol y las temperaturas nos quieran llevar a engaño. Se ha cumplido ya ese periodo vacacional, que cada vez se asemeja más a las antiguas fiestas de los locos, en las que el mundo se ponía del revés y hasta un mendigo era elegido rey, aunque fuera sólo por un día.

Las vacaciones son ese tramo del túnel temporal del año que nos esforzamos en pintar de colores chillones y que aprovechamos para deshacer algunos nudos que nos venían asfixiando: la hebilla del cinturón, el cordón de los zapatos o la correa del reloj. Cambiamos de ritmos y de hábitos, de paisajes y de escenarios, de compañías y de temas de conversación. Incluso nos sorprenden agujetas en músculos que de los que ignorábamos su existencia, porque las vacaciones, concebidas en principio como reposo y descanso físico, se están convirtiendo en una programada sucesión de retos exigentes y en ocasiones estrambóticos que debemos superar y, por supuesto, fotografiar. Sucede con frecuencia que uno regresa de ellas agotado.

Toca regresar. Cada pardal a su espiga, diría mejor, si no fuera por la silenciosa tragedia que se está cumpliendo en nuestros cielos: en los últimos 18 años, sólo en España, la población de gorriones ha bajado en 25 millones. Pero de esto podemos hablar otro día.

Después de lo extraordinario y de las osadías, el ánimo de uno agradece volver a la rutina y a la humilde belleza de lo cotidiano. La imagen que me viene al pensar en rutina es la del trascurrir pausado del curso bajo de los ríos, cuando se van depositando todas esas partículas, pedacitos de roca o de metal precioso, que el agua arrancó con la energía de la juventud en los tramos más altos y traía consigo en suspensión. Se van sedimentando y el agua queda clara, segura ya de su destino.

Valoro la rutina y el otoño, su estación perfecta. Los considero necesarios, siendo como son propicios al ensimismamiento. Nos regalan paseos y silencios, restablecen un orden de hora de la cena y de ir a la cama, liberándonos así de una infinidad de decisiones, que no por ser triviales, dejan de ser onerosas.

Regreso a mi rutina de saludarles a ustedes cada miércoles sin perder la esperanza de que en alguno de ellos hablemos de León. Felicidades a Franciscos y Pacos.
Lo más leído