"Cada canción está ligada a un momento de tu vida"

El madrileño Pipo es un amante de la música y de los vinilos que, desde este lunes, regenta una tienda discográfica, Iloveiu Records, en el número treinta y uno de la calle Santa Ana en la capital provincial

Camino Díez Llamazares
07/06/2023
 Actualizado a 07/06/2023
Pipo posa junto a alguno de los productos a la venta en su establecimiento, Iloveiu Records. | SAÚL ARÉN
Pipo posa junto a alguno de los productos a la venta en su establecimiento, Iloveiu Records. | SAÚL ARÉN
La puerta está abierta y el interior oscuro en el recién estrenado establecimiento de la calle leonesa. Quien lo regenta ha aprovechado lo pronto de la apertura esta mañana para cruzar la carretera e ir a por un café al bar de enfrente. Las diez es una hora prudente para desayunar.

Pipo llega con su bebida energizante entre las manos. Enciende las luces de la tienda y no tarda en salir de nuevo para encender su cigarrillo. Poca compañía hay mejor para el café y, quien lo sabe, así siempre lo hace saber. En el escaparate, se ve algún que otro tocadiscos, una radio que parece vieja y una grabadora definitivamente antigua que alegran el local con su presencia colorida. La gran cristalera y el cartel al lado de la puerta no pasan desapercibidos ante la mirada de los paseantes. Todo el que camina por la acera se para unos segundos para echar un vistazo.

Dentro aguardan alrededor de diez mil vinilos, unos cinco mil CDs y dos mil o tres mil singles que se insinúan pacientes a los melómanos visitantes. Junto a ellos, numerosos ejemplares de ‘Ruta 66’, libros sobre música y otros entretenimientos que componen el catálogo de Iloveiu Records en casi ciento veinte metros cuadrados de pura música. «Siempre intento tener mucha música negra, me gusta bastante y tengo mucho blues, jazz, reggae y música latina también», cuenta el dueño y añade que esta última suele traerla de Venezuela. A todos estos formatos y artículos discográficos los trajo, sin embargo, desde Alcázar de San Juan, en Ciudad Real. «Yo soy madrileño y me he criado musicalmente (y malcriado) en Malasaña», lo dice con una sonrisa socarrona mientras rebusca entre las decenas de miles de discos uno de Nina Simone. «Conocí a mi exmujer hace veinticuatro años y me bajé a Alcázar de San Juan a vivir», continúa: «Estuve diecisiete años trabajando en una empresa de electrificación férrea hasta que entraron nuevos directivos, como elefantes en cacharrería, quitando muchos derechos». Pipo se desplazaba cada día hasta Madrid para su jornada laboral y, en el momento en que la situación se hizo ya insostenible, llegó a la conclusión de que se tenía que «reciclar». Acostumbrado a rodearse de discos desde bien pequeño, decidió cambiar categóricamente de oficio. Primero, fue un «almacenillo»; después, el volumen de ejemplares creció hasta obligarle a abrir su propia tienda en el municipio ciudadrealeño de alrededor de treinta mil habitantes. Y, a pesar de lo que se pueda pensar, todo iba viento en popa en su negocio discográfico: «La tienda funcionó, lo que no funcionó fue el matrimonio».Soplaban nuevos vientos en la vida del madrileño y consideró aquello un buen momento para cambiar de aires con la ayuda de una amiga dispuesta a prestarle un piso en León, ciudad a la que vino por primera vez hace treinta años y de la que no titubea al confesar que le encanta. En compañía de sus vinilos, Pipo hizo las maletas, seguro de poner rumbo hacia la capital provincial. Su relato se ve momentáneamente interrumpido por la aparición de una chica en escena. Es joven y viste su rostro de un gesto divertido, quizá propio de la juventud; aunque puede que sea el fruto de la sorpresa al encontrar un rinconcito musical en lo que antes no era más que un local sin funcionar. «¿Está cerrado?», pregunta ella y a Pipo no le hace falta más que una milésima para responder: «¡No, no! Está abierto». La joven se pasea por la tienda mientras él ordena los montones de discos al tiempo que sigue la charla. Desde dentro, se ve todavía a gente de todo tipo que pasea y dedica unos instantes al escaparate. Y es que no hay un prototipo demasiado definido de cliente en una tienda de vinilos. «Puede, como ayer, entrar un ‘abuelete’ que viene buscando el casete de un solista de los años sesenta por un euro y gente que viene buscando discos para pinchar y se gasta ciento ochenta euros en música», aclara el de Malasaña: «Esto es coleccionismo; como coleccionar sellos postales o cajas de cerillas». Fue su propia colección la que supuso el punto de partida para este negocio. Setecientos vinilos que Pipo dejó marchar -como se deja marchar a un hijo para que se convierta en adulto- y que ahora adornan con sus melodías los hogares de coleccionistas afortunados. Al madrileño ya no le hace falta colección: «¿Para qué? Si ya tengo la tienda… Siempre voy a tener discos». Discos que varían de precio desde los cincuenta céntimos, hasta los seiscientos euros que indica la etiqueta de uno situado en un estante privilegiado a la vista del visitante. «El mercado manda», dice él.

A pesar de que no sólo los vinilos ocupen los recovecos de Iloveiu Records, su dueño parece sentir predilección por este formato discográfico. Si se le pregunta que tiene el vinilo que no tengan los CDs, es contundente. «¿Que qué tiene», lo pregunta más para sí que para el resto y la respuesta sale de su boca como por inercia: «Tiene un ritual». Habla del olor, de las rugosidades y de la maquetación. Sus palabras casi suenan al ritmo del disco de The Jam que sujeta entre las manos y acaricia obnubilado. «Angus Young, el guitarrista de ACDC, decía que no había nada en este mundo tan bonito como coger un disco de blues antiguo, ponerle la aguja y que empiece a crujir antes de sonar», parafrasea y recuerda que antes los discos compactos traían mucha información y fotografías; que eran productos baratos que, con el tiempo, se han ido encareciendo. «El CD podrá tener muy buen sonido, pero al fin y al cabo es una música incompleta», sentencia: «Te descargas un mp3 y hay trozos imperceptibles; en el vinilo está metido todo». Tampoco es que sean formatos menos delicados. «Yo tengo  aquí vinilos de 1920 o de 1930 y funcionar, funcionan», añade el madrileño. Y, al escucharle, se entiende mucho más descabellado montar una tienda de CDs que una de vinilos.

Pipo, amante del rythim & blues de los cincuenta, el rock & roll clásico, el punk-rock, el garage, el power pop y tantos otros géneros que llenaban las salas de música en sus tiempos mozos por Malasaña no se muestra entusiasmado al hablar del estilo que hoy se extiende entre la juventud y provoca sus movimientos de cadera en las noches de desenfreno. «Cada generación tiene su música y que cada cual quiera escuchar lo que le dé la gana», opina con ojos huidizos. Pero se sabe que todo arte es el espejo de la historia que se vive y Pipo reflexiona sobre el género actual: «Quizá, por eso, es un poco vacío el contenido de ese tipo de música».

Ejemplos de esos reflejos históricos son el surgimiento de la Movida Madrileña en una época de cambio radical y de valentía ante la moribunda represión y cuyos últimos coletazos pudo llegar a rozar con las yemas de los dedos el propio Pipo. O los cerdos de guerra de Black Sabbath que el madrileño homenajea con un póster enmarcado en su establecimiento y con las que los ingleses protestaban por la situación en Vietnam. «Siempre ha estado la canción protesta», comenta: «Aquí, en España, los grupos urbanos o de rock progresivo, todos han estado ligados a cambios políticos o a cambios sociales». Y, en sus palabras, si algo distingue a la música de otras expresiones artísticas es que esta «es todo sentimiento»: «Cada canción está ligada a un momento de tu vida y no se te va a olvidar nunca».

Iloveiu Records ha visto la luz «entre feria del disco y feria del disco». No abrirá todas las semanas, pues su dueño está ocupado con otros eventos como el Purple Weekend, que le ha traído a León en ya numerosas ocasiones, cargado de sus discos y dispuesto a vender. Y, aunque la tienda lleva abierta al público sólo desde este lunes, la llegada de un inesperado trabajador, que tira de una carretilla, para retirar los resquicios de la «fiestecilla» de inauguración del sábado da cuenta de la fuerte pulsión de Pipo por convertir el establecimiento soñado en una realidad. Una que ahora tiene por casa la ciudad de León, de la que el madrileño no se cansa de repetir lo vivo que está su panorama musical.

En el treinta y uno de la calle Santa Ana se queda Pipo, igual que su tienda, que llena sus paredes de marcos con imágenes, como la de la cantante de The Cramps, Lux Interior, que posa con gesto desafiante agarrada a una metralleta, o pósteres como el de Jimi Hendrix Experience, que, si se mira fijamente, quiere sonar como ese ‘All along the watchtower’ que provocó que hasta el propio Bob Dylan, su autor original, dejara a un lado su afamado carácter hirsuto, casi desagradable, para alabar al guitarrista. Tienda y dueño se despiden; él, cigarro en mano, agradecido por la visita, con sonrisa tranquila, y deseando muchas más. La tienda, como pocas en la capital, como si fuera un animal exótico, espera la llegada de curiosos, melómanos y coleccionistas para deleitar con sus vinilos los oídos de leoneses y leonesas que busquen nueva música que descifrar.
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