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Cachitos de olvido y lomo

23/06/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Sin entrar en la más que dudosa financiación de la televisión autonómica de Castilla y León, sin entrar en su opinable calidad, sin entrar en sus obscenos silencios, sin entrar en demasiados asuntos en los que, la verdad, cuesta mucho trabajo no entrar, lo cierto es que en su plantilla se puede encontrar a un grupo de magníficos profesionales, buena gente, talento joven que, al contrario que la inmensa mayoría, y más en esta profesión, ha podido desarrollar su carrera en su tierra. En la medida de sus posibilidades, le quitan la caspa que le ha nacido de forma prematura a un canal tan endogámico que a veces pareciera que la vida empieza y termina en Valladolid, con sus opinadores de cabecera que se dan la razón entre sí con mucha educación y saben para qué lado nunca deben mirar, muchos de los cuales eran miembros de lo que un día la Junta bautizó, de forma extremadamente presuntuosa, como Comité de Sabios, aunque el tiempo y la pervivencia de los males endémicos de esta comunidad han demostrado que tenía mucho más de comité que de sabiduría. Menos mal que no iba a entrar... Más allá de sus informativos, dinámicos y casi siempre rigurosos, pocos programas han conseguido cuajar. Los jueves por la noche emiten uno que te permite hacer lo mismo que haces cuando sales de fiesta pero sin tener que soportar el perreo y el garrafón, sin que nadie te dé voces al oído, recorriendo sin moverte del sofá los nuevos bares de moda en la ciudad, sintiendo vergüenza ajena al comprobar la pereza que dan los borrachos cuando tú no lo estás, lo cual en vez de provocarte arrepentimiento por no haber salido, al menos en mi caso, en realidad te hace ratificarte en el retiro. El más exitoso, saludable y metafórico de todos los programas de la televisión autonómica se llama ‘Me vuelvo al pueblo’ y se emite los lunes por la noche. También te permite recorrer desde el sofá lo más profundo de cualquiera de las nueve provincias que Martín Villa hizo cuadrar en un puzzle al que aún no le encajan la mitad de las piezas. La presentadora se gana la confianza de los lugareños en cuanto llega, lo que no es precisamente fácil por estos lares y menos cuando llevas una cámara, a micrófono literalmente frío, y los guiños del montaje y los grafismos están a la altura de ‘Cachitos de hierro y cromo’. Más que un oasis en la parrilla autonómica, ‘Me vuelvo al pueblo’ es una metáfora perfecta de lo que pasa en esta tierra, una cata semanal de la que deberían tomar nota los numerosos aspirantes a ocupar alguno de los sillones que ahora se están repartiendo en Las Cortes, en las consejerías y en el futuro Comité de Sabios que tarde o temprano llegará para iluminarnos. Aunque el mensaje final es optimista, pues suele girar en torno a una familia que ha regresado a sus orígenes huyendo de la ciudad para montar una casa rural o una fábrica de quesos, el camino hasta llegar allí resulta demoledor: casas y más casas cerradas, calles y más calles vacías, ancianos y más ancianos que no tienen siquiera fuerzas para huir de las cámaras pero a quienes les brillan los ojos porque les alegra el día un poco de atención, saberse protagonistas después de tantos años de olvido. Sus conversaciones, sus bodegas, sus huertos, sus dulces y embutidos, su sabiduría sin filtros ni comités, sí que animan a levantarse del sofá. El programa pone su granito de arena en un cambio de conciencia necesario para paliar la ya irreversible despoblación rural, una sencilla fórmula a la que nunca llegaron nuestros pensadores oficiales: volver al pueblo no supone un fracaso, del mismo modo que irse no garantiza ningún éxito.
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