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Cabronicio irreverente

26/06/2022
 Actualizado a 26/06/2022
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Ya sabéis que aunque no es nada ético, ni siquiera legal en muchos casos, soy muy partidario de esa cultura del cabronicio irreverente. Ustedes me perdonarán, o no, pero yo no puedo hacer nada contra estos impulsos, lo más, como decía Juanita la de Pontedo, «quitar un poco lo mayor», que no sé lo que significa pero me parece ajustado.

Viene la cosa a cuento en lo tocante a que hoy me toca ir a los toros, cosas del oficio, ya sin la tutela del añorado maestro Perelétegui, que me insistía en que esas cosas que me llamaban a mí la atención «son irrelevantes en la fiesta». Nació la controversia un año que fui a sujetarle la libreta –encantado– y toreaba el que entonces era Duque consorte, a la sazón Fran Rivera. Tenía al público entregado pues entonces todavía cotizaba lo de salir en el Hola enseñando las habitaciones pero con la espada falló más que Belén Esteban hablando en castellano, en inglés ni te cuento. Entró a matar más veces Franco a la UGT pero nada. Ni pa Dios. Y ya casi desesperado, pero digno, pidió silencio al público mientras se cuadraba para un nuevo intento. Se hizo el silencio y entonces un militante del cabronicio irreverente aprovechó para gritar: «¡Déjelo Señor, que lo mate el servicio!». La verdad es que se arrancaron con silbidos un buen número de asistentes, pero se acabaron rindiendo a la ocurrencia, por más que realmente llevaba mala leche. Pero eso a la gente le presta.

Fui otro día de mozo de espadas del maestro a Sahagún, me extrañó que al toro lo llevaran en tractor, pero sería la tauromaquia rural. El caso es que aquel día no parecía que el toro fuera a llegar a la hora de la verdad, frente a la espada, pues se caía más veces que faltas de ortografía mete Belén Esteban en medio folio. Y cuando iba a caer de nuevo otro cabrón (o el mismo) gritó: «¡Ay, que le da otro mareo».

Cabronicio en estado puro.
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