Cabreireses: Leyendas de la tierra de las leyendas

Manuel Garrido, seguramente quien más ha escrito de Cabrera y un buen conocedor de sus gentes, llevó a las páginas de un libro que llamó ‘Un tapiz cabreirés’ en el que recoge más bien perfiles humanos, de tipos muy singulares y diferentes

Fulgencio Fernández
13/12/2020
 Actualizado a 13/12/2020
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Cabrera es la comarca leonesa que más suena a leyenda. Su nombre se une a nombres propios de personajes irrepetibles, de biografías novelescas y hasta novelas, baste viajar del famoso Relojero Losada a Antonio ‘El Rojo’ o ‘El Ruso’, cuya biografía le dio a Ramiro Pinilla para una novela de 800 páginas... Y suma a las leyendas un libro que puso a esta comarca de actualidad, ya hace más de medio siglo, ‘Donde las Hurdes se llaman Cabrera’, de Ramón Carnicer.

Seguramente quien más ha escrito de Cabrera, libros y cientos de artículos, es Manuel Garrido, cura muchos años en aquellas tierras y, a buen seguro, uno de los mejores conocedores de las gentes de aquellas tierras. Hace unos años reunió en un librito titulado ‘Desde una alquería cerca del lago’ –con el esclarecedor subtítulo de ‘Un tapiz cabreirés’— las biografías de 22 personajes de esta comarca, con una dedicatoria que también dice mucho. Recordaba Garrido que se cumplían 50 años del libro y 100 del nacimiento de Carnicer y remataba: «Se nombra aquí para dedicarle este librito a su memoria».

Recoge Manuel Garrido personajesde todo tipo, desde Suleimán el Mozárabe o Pedro Álvarez Osorio, primer Conde de Lemos y Señor de Cabrera y Ribera, entre los más antiguos, a personajes muy frescos en la memoria de los cabreireses, como Sergio el músico de Odollo, Brindis Morán, Moisés Liebana ‘El gaitero’ de Corporales o José Martínez Bravo ‘Carrilano’, que es el primero que aparece.

Hay de todo. Biografías que bien merecen posar la mirada sobre ellos uno por uno, pero bueno es recordar algunos detalles de este tapiz. Dice Garrido que el primero de ellos, José Martínez Bayo, Carrilano, «paradigmatiza a la perfección el destino de un pueblo y cada una de sus gentes e incluso de la entera comarca cabreiresa. La Baña es ese pueblo, donde José nació en 1930».

Carrilano pasó por el Seminario de La Bañeza pero no cuajó la vocación y se fue a trabajar a las minas de wolframio en Casayo; después trabajó en la construcción de la presa de Vega de Tera que poco tiempo después reventó y se llevó por delante el pueblo de Ribadelago y sembró de cadáveres el fondo de las aguas. Duros trabajos los de José. Las minas de wolfram dejaron terribles secuelas en silicosis, el pantano... y este cabreirés cogió el mismo camino que otros muchos paisanos que emigraron a Suiza, Alemania... «cogieron el carril, de ahí su nombre, Carrilano». Pero cargado de nostalgia, por lo que cuando tuvo unos ahorros regresó y puso una fonda cantina en La Baña, su pueblo, y desde ella «tuvo un papel destacado en diversos proyectos y trabajos comunales que ayudaron a superar las viejas historias de la precariedad» que se habían contado en libros y reportajes a veces sensacionalistas, sin olvidar la ‘leyenda’ de las ceibas. Y es que Garrido ilustra las biografías con recuerdos de todo tipo, el avión que se estrelló, la leyenda del ‘tesoro’, las apariciones singulares en prensa...

No podían faltar en el repaso músicos como Sergio, el saxofonista de la orquestina de Odollo, o el reconocido gaitero de Corporales, Moisés Liébana.

La guerra marca muchas biografías, como la de Víctor Alonso (Odollo, 1917) que muy joven cogió ‘un carril’ también muy habitual en Cabrera, ir a trabajar en Madrid en las numerosas pescaderías que regentaban cabreireses y maragatos, de aprendiz, a cambio de la estancia y la manutención. En 1936 fue llamado a filas y combatió en el Ejército republicano. «Cuando llegó la derrota le tocó huir a Francia. No mucho tiempo después fue apresado por los alemanes, que lo llevaron al campo de concentración de Sankt Lambrecht. El 5 de mayo de 1945 lo liberaron los americanos», escribe Garrido, quien añade que regresó a Francia, se casó con una austriaca que conoció en el cautiverio. Al final de su vida regresó un par de veces al pueblo, donde sus hijos esparcieron sus cenizas, como había sido su voluntad.

La guerra marca otras muchas biografías y, aunque sin entrada propia, en esa etapa están muy presentes nombres como los del maquis Girón, presente en capítulos como los de Rogelio Simón o Daniel Cañal. Aunque volveremos a la posguerra y Girón en la biografía de Manuel Cañal (Trabazos, 1916) es digno de mención otro detalle. Era capador, oficio que ejercía bajo la tutela del veterinario titular, quien le animó a sacar el título oficial en la Facultad de Veterinaria de León. «El examen consistía en la operación de castración de un cabrito, que debía aportar el examinando. «Recordaba los nervios que pasó al ver al catedrático y otros alumnos, «pero actuó con destreza y celeridad y recibió el título oficial». Por cierto, en este capítulo también habla Garrido de «ritos de curación», sobre los que habrá que volver pues son muy interesantes. Otra biografía en la que tienen presencia las ‘artes sanadoras’ es en la de Aniceto Domínguez (Trabazos, 1857) y del que escribe Garrido que «fue el cabreirés que llegó más lejos puesto estuvo en las Islas Filipinas en el tercio final del siglo XIX». Se sabe que hizo la mili en la sección de Sanidad de un regimiento, como asistente de un médico, y allí aprendió los rudimentos, no solo de diagnóstico sino también de clínica e, incluso, de botica», con los que regresó a su pueblo, para establecerse después en Quintanilla de Losada, donde sus descendientes aún conservan una bañera, «algo exótico en Cabrera en aquellos tiempos» y que utilizaba para sus tratamientos de hidroterapia y también una balanza de precisión «para las dosis de los medicamentos». Cuenta Garrido cómo en la casa donde vivía tenía una huerta en la que cada año nacían «unas amapolas muy rojas y más grandes de lo habitual». Hasta finales del siglo XX no se descubrió que aquello era «droga. Adormideras cuya semilla había traído Aniceto de las islas lejanas» en las que había vivido. Fabricaba con ellas sellos de láudano, «excelentes para los nervios» y cuyo secreto custodiaba, aunque aventura Garrido que tal vez le diera la fórmula a Mateo Valcarce, que también tenía su plantación de adormidera en Odollo. Domínguez pasaba consulta en su casa pero también recorría los pueblos en los que tenía avenidos con una singular bata que le propició el apodo que le pusieron: ‘Mandilón’. Y hasta coplas hay.Una biografía en la que aparece Girón es, por supuesto, la deJosé Rodríguez Cañueto (Santa Eulalia, 1920), que fue el hombre que mató al famoso guerrillero. En este capítulo polemiza con otras versiones existentes, como las mostradas por el historiador Santiago Macías en su libro ‘El monte o la muerte’ que Garrido llama, no sé si intencionadamente, ‘El monte o la vida’.

Entre las 22 biografías solamente hay una mujer, Tránsito Carrera Muelas (Encinedo, 1912), aunque descendía de un pueblo de comerciantes, Muelas de los Caballeros (Zamora). «Abrió un establecimiento para cantina y fonda y en ese oficio desplegó todo el poderío de su personalidad sobresaliente».

Entre las historias que va contando aparecen numerosos pasajes en los que aborda el autor, y da su opinión, asuntos como la polémica levantada con el libro de Carnicer, la anécdota —que no cree— de aquellos cabreireses que le quisieron echar hierba para que comiera a un todoterreno, la parte de verdad y de novela de la vida de Antonio B., algunos entresijos de la famosa foto del entonces ministro Martín Villa llevado ‘a la silla de la reina’ para que no se manchara con el barro...

Otras de las biografías que recoge y no citadas son Belarmino Liñán, Leopoldo de Mata, Adolfo Riesco, Mateo Valcarce, Manuel Bruña, Santos Álvarez Villarpriego, Juan Álvarez San Román, Daniel Vega El Carlista o Cristóbal Escudero. «He pretendido que pudiera acaso columbrarse al fondo la Cabrera, con todo el peso de su tradición milenaria:las luces de su vida y las sombras de su destino».
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