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Cabalgar contradicciones

14/11/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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Fue Iglesias Turrión quien nos explicó, en los inicios de su andadura, que había que aprender a «cabalgar contradicciones». Puso el ejemplo de cómo él galopaba sobre la contradicción de recibir apoyo (dinero) de un régimen criminal como Irán porque coincidían tácticamente en la estrategia de socavar el orden de los países democráticos. Todo era cuestión de astucia e inteligencia. Tanto ha cabalgado y cabalga este indio-cowboy sobre contradicciones que se le han quedado andares de actor secundario de wéstern americano (otra contradicción).

Pero traduzcamos el eufemismo «aprender a cabalgar contradicciones» por lo que es: aprender a ser cínico. Porque la cosa requiere su aprendizaje. Cínico es quien se atreve a decir una cosa y la contraria sin rubor alguno y acusar de mentiroso a quien pone en evidencia cualquiera de sus flagrantes contradicciones. Como ejemplo, vean el cinismo de la vicevocera disfémica, Carmen Calvo, asegurando que el presidente del Gobierno nunca dijo que los sublevados presos habían cometido un delito de rebelión. Revisen el vídeo y vean la cara desabrida e insolente que pone cuando alguien le recuerda justo lo contrario. ¡A galopar, a galopar!

Nunca hemos asistido a una exhibición tan descarada del cinismo como forma de hacer política. El principio de no contradicción, base de la lógica, se pisotea como lo más natural. Al desestructurar e invalidar este principio básico de la organización y el funcionamiento de la mente, ya todo es posible. La realidad, liberada del control de esta racionalidad mínima, puede construirse como se quiera. Verdad y mentira son indistinguibles. Todo depende del poder y el medio con que se impone en cada momento lo que convenga. Entramos en el reino de la pura arbitrariedad, o sea, del totalitarismo. A mayor inseguridad mental, mayor esclavitud y fanatismo.

Es la política del círculo cuadrado, de la casta-anticasta, del falangismo-leninismo, del peronismo-comunismo; del socialdemócrata-antisistema, el terrorista-demócrata, el pacifista-violento, el pijo- proletario, el ágrafo-doctor; del patriota antiespañol y el indulto exculpatorio. Confieso que todos estos imposibles, al verlos cabalgar atropellando cualquier lóbulo frontal que se les encare, me produce una enorme desazón e impotencia. La base evolutiva, los miles de años de desarrollo cerebral parecen ser insuficientes frente a esa degradación de los fundamentos neuronales de nuestra especie. Seguramente el haber desaparecido el libro, la reflexión y la concentración mental que la escritura y la lectura requieren, esté en la base de este funcionamiento anómalo del cerebro para el que la no contradicción resulta una exigencia demasiado restrictiva e innecesaria.

Los ejemplos de cada día son abrumadores. Se puede quemar la Constitución, la bandera común, retratos del Rey, y retransmitirlo todo en directo por televisión; denigrar y ofender a todos los españoles con las más viles palabras e insultos; inventarse y difundir calumnias históricas sobre nuestro pasado; propagar mentiras para difundir el odio, etc., y todo esto es libertad de expresión y por ello debe despenalizarse. Hacer lo mismo, en cambio, con los símbolos, la historia y los referentes del nacionalismo separatista, es una conducta que debe ser duramente perseguida y castigada. La hispanofobia es legítima; la xenofobia, islamofobia o catalanofobia, son actos repugnantes y directamente punibles. ¡A galopar, a galopar!

Destruir el principio de la no contradicción, la ‘contradictio in terminis’ o la petición de principio, no es son un mero asalto a las leyes del pensamiento lógico, sino a dos conceptos inseparables sin los cuales es imposible construir una sociedad: el de verdad y el de realidad. Al destruir el concepto de verdad (recordemos esa simpleza de que todo es relativo, no hay verdad absoluta), el concepto de realidad como objetividad irrefutable y consistente, desaparece. Trasladar esto al campo de la política es demoledor.

No hay democracia posible si no se asienta sobre la verdad, la realidad y la coherencia lógica. Sin el marco mental que establecen estos conceptos, que funcionan como organizadores y puntos de anclaje del pensamiento, nuestra relación con el mundo y con los demás es imposible. Entramos en el terrero de la materialidad bruta, de la opacidad del mundo, de su mostrenca resistencia a formar parte o construir un orden humano. Esto explica que todos los fascismos, comunismos, totalitarismos, populismos y tiranías, comiencen por una fase de desorden e inconsistencia mental, de pérdida del sentido de la realidad, la verdad y la coherencia argumental. En ello estamos, hacia ello vamos.
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