28/07/2020
 Actualizado a 28/07/2020
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Hace algunos días daban la noticia de que en un pueblo o ciudad de cuyo nombre no puedo acordarme quitaban a uno de sus parques el nombre de Juan Carlos I. Inmediatamente me vino a la memoria que el edificio en que vivo da a tres calles, una de las cuales lleva por nombre Bulevar Rey Juan Carlos I. Sinceramente me cuesta creer que al consistorio de mi ciudad, con una mayoría de gente muy sensata, se le ocurriera tomar una decisión semejante. En primer lugar porque ante todo hay que respetar la presunción de inocencia y no adelantarse a las resoluciones judiciales.

Dicho esto y suponiendo que fueran ciertas las acusaciones contra el Rey emérito he de reconocer que, como a otros muchos españoles, me producen una sensación de tristeza, más que de rabia o indignación. Es como si un amigo o un familiar comete una torpeza. De ninguna manera se puede justificar. Pero lo sientes de corazón y no deseas su linchamiento.

En el caso que nos ocupa es doblemente triste, no solo por lo que pueda haber de mala conducta y mal ejemplo, sino porque se da la circunstancia de que se trata de una persona que ha jugado un papel muy importante y muy positivo en la historia de España. España le debe mucho al Rey Juan Carlos y siguen siendo válidas las razones por las que se le haya podido dedicar calles, parques u otras entidades. De ahí que, a pesar de todo, no me parece justo que se cambie su titularidad. Es también la manera de actuar de Dios: intransigente contra el pecado, pero misericordioso con el pecador. Máxime tratándose de la debilidad de la carne.

Entiendo que haya gente que prefiera la república a la monarquía. Pero desgraciadamente la experiencia republicana en España ha sido nefasta. Por el contrario los últimos cuarenta y cinco años de monarquía han sido de paz y prosperidad. Por otra parte los presidentes de república tampoco están exentos de tentaciones y de poder caer en la corrupción. La conducta deplorable de un monarca no tiene por qué descalificar los valores de una monarquía parlamentaria como la nuestra y como otras muchas de Europa. Lo que ocurre es que algunos están aprovechando la situación para hacer añicos una Constitución y una transición que tanto beneficio nos ha ocasionado, soñando en ocupar ellos algún día el lugar de los monarcas. Pero en honor a la verdad somos muchos los que preferimos que la jefatura de Estado recaiga en una persona tan sensata como Felipe VI y no en cantamañanas que en lugar de unir a los españoles lo que único que producen es división y enfrentamientos.
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