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Búhos, ovejas, ríos

12/06/2020
 Actualizado a 12/06/2020
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Hay un hombre dormido en una cama. Con el alba, unas alas se ciernen sobre él silenciosamente, el búho lo despierta picoteándole delicadamente las pestañas. Me lo cuenta un amigo biólogo que se ha ido a vivir a un pueblo perdido de la montaña. Me cuenta cómo crio durante medio año a dos búhos reales, cómo las aves desarrollaron un vínculo profundo hacia él –¿amor?– hasta que abandonaron el nido-casa. Me imagino uno de esos espléndidos animales, que pueden medir dos metros de envergadura, picoteando muy, muy suavemente las pestañas de un hombre dormido. Una imagen bellísima.

Otro amigo escritor publica ahora un libro sobre la trashumancia. Se fue a vivir con unos pastores extremeños y compartió con ellos caminos y penurias, ovejas paridas y corderos muertos. Mi amigo lleva años viajando por el mundo y escribiendo sobre tribus perdidas y paisajes olvidados. Resulta que ahora escribe sobre nuestra propia tribu perdida y nuestro propio paisaje olvidado.

Simbiosis entre seres humanos y animales. Ha estado ahí durante siglos. Pero la habíamos olvidado. Habíamos olvidado ese calor. Sin embargo, esta pandemia nos hace recordarla, nos hace replantearnos nuestra vida, esa vida urbana tan lejos de la tierra. A mí me hace replanteármela. Llevo en mi pueblo desde principios de marzo y no volveré a Madrid hasta septiembre. ¿Quiero volver? ¿Quiero volver al ruido, las multitudes en las calles, los vagones de metro atestados, el aire negro, los horarios castrenses? Es como una vida pequeña. Lo veo ahora en la distancia y veo una vida pequeña en la riada de vidas pequeñas que no cesan de moverse. ¿Quiero eso o quiero levantarme cuando me despierta el sol, escribir escuchando los pájaros, salir a correr a la orilla del río, enchufarme a mi trabajo frente a una ventana desde la que veo el patio florido y, por la tarde, coger la bici e irme con mi hijo a visitar a amigos en sus casas de pueblo, admirar el cerezo o el tamaño de las rosas, y siempre, el horizonte libre y la brisa en la cara? Ni siquiera sé si la pregunta es quiero volver o queremos volver. Si no, más bien, ¿podemos volver a la vida anterior como si nada hubiera sucedido? Los muertos, el horror del encierro, el miedo, la vida detenida. El mundo ha cambiado y yo he cambiado. Todos hemos cambiado. Aprovechemos esta pausa para reflexionar sobre lo que queremos de verdad, no solo sobre la polución o el consumismo, que también, si no, sobre nosotros mismos: qué queremos de verdad, qué nos hace felices. Porque de eso se trata la vida, ¿no? De ser feliz.

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