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Buen viaje, fenómeno

19/02/2020
 Actualizado a 19/02/2020
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No era un centenario. Los 60 años los pasó con poco. No era un catedrático. Su escuela fue la vida y esa formación la superó con Cum Laude. No fue un actor ni un televisivo famoso. Su popularidad se ceñía a las calles del pueblo en el que se crío y en estos últimos años al barrio de Madrid que le acogió. No destacó como científico ni médico ni astrónomo. Pero barruntaba las nubes como solo saben hacer quienes escuchan a sus riñones y a sus costillas más que al hombre del tiempo. No impartió lecciones en ningún aula ante un imponente auditorio. Sí lo hizo en la barra del bar, donde sentenció verdades como puños que no se han recogido en ningún libro pero que hoy todos recordamos. No marcó ningún récord deportivo. Porque nunca nos pusimos a contar tantos paseos como dio a una velocidad vertiginosa que le hizo merecedor de ser ‘Andarines’ con el mayor de los cariños. No despuntó con los pinceles, ni con la fotografía. Pero guardaba en su memoria las mejores imágenes de sus tiempos más dulces en aquel País Vasco al que se fue buscando porvenir y del que volvió por salud. Ni el cante ni el baile fueron lo suyo. Eso sí, nunca dejó en casa la sonrisa cuando tenía delante una buena fiesta. No emparentó con familias de abolengo. A sus primos ya se encargaba él de tratarnos como a reyes. No fue político. Podría haberlo sido con su mucha picardía. Como no fue nada de eso, no habéis leído su obituario en ningún medio de comunicación. Porque Luis fue un leonés anónimo a la sombra de los grandes titulares. Probablemente fue más importante que cualquier otra personalidad pero no hubo boatos en su adiós. Hace unos meses nos habíamos despedido hasta la próxima pensando en que regresaría y lo hizo. Pero si antes su vuelta al pueblo era alborozo, esta vez nos enmudeció. Él soñaba desde Madrid con encontrarme un día en la tele y yo en Villademor le esperaba siempre para un café. «¿Qué, prima? ¿Qué tal? Bien, bien. Vives bien, parienta. Yo en Madrid muy bien, de maravilla. Aquello es enorme, ¿no sabes?», decía siempre a su vuelta. Que sigas bien, Luis. Por aquí nos dejaste un poco más huérfanos de personas con el mayor de los méritos: el de la autenticidad.
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