03/10/2021
 Actualizado a 03/10/2021
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La ola de insultos y provocaciones suena con tanta frecuencia y efervescencia en el Congreso español de diputados como la ‘b’ en un rebaño de cabras y cabrones. Un diputado de Vox ha llamado «bruja» a una diputada del PSOE, debido a que ésta defendía una iniciativa de su propio grupo para penalizar el acoso a las mujeres en las clínicas abortivas. Ante las presiones de los (h)unos y de los (p)otros, la lengua viperina del ‘voxero’ ha acabado retirando el término. Pero ahí queda eso. No obstante, me queda una duda: ¿en virtud de qué criterio despectivo el diputado de Vox ha llamado bruja a su oponente parlamentaria? ¿Simplemente para denostarla, o hay más carga semántica en ello?

He intentado averiguar si lo de bruja, brujo o brujería tienen o han tenido que ver con el aborto. Nada de nada. Resulta ser un vocablo probablemente prerromano de etimología incierta. Lo que sí se pude precisar respecto a bruja es lo que dice el diccionario: «Hechicera que, según la superstición popular tiene pacto con el diablo». Que hoy te califiquen de bruja no conlleva como antaño el peligro que te chamuscasen públicamente por tener líos con Lucifer. Actualmente no tiene más consecuencia que ser un exabrupto injurioso ¡Lo que han cambiado para bien los tiempos y las voluntades!

Si nos remontamos en el tiempo, una fecha clave es el año 1326, en la que, a través de una bula pontificia del papa Juan XXII, comenzó una exacerbada persecución de las brujas llegando a ser brutal entre los siglos XV y XVIII. La ‘caza de brujas’ conoció dos etapas álgidas, la primera entre 1480 y 1520 y la segunda entre 1560 y 1620. El Viejo Continente creyó ver brujas detrás de cada esquina practicando actividades diabólicas en un pacto personal con el diablo, como, por ejemplo, el ‘mal de ojo’. El acuerdo con Satanás daba a las brujas el poder de establecer maleficios. Existió, pues, un auténtico paroxismo contra la brujería entre el Renacimiento y la Ilustración. En este sentido, fueron los países protestantes los más sanguinarios.

Historiadores e investigadores estiman que el número de víctimas se sitúa entre 80.000 y 100.000, contando tanto las que perecieron en hoguera por los tribunales de la Inquisición como las condenadas por la Reforma. Se estima que alrededor del 80 % fueron mujeres y el 20 % hombres. Bruja es así hija de una larga y desgarradora historia, grabada en la psique, que las leyendas han hipostasiado, vestido y animado como personajes hostiles o denominación apropiada al vituperio de la mujer.

En España se produjeron en el citado período alrededor de 300 víctimas por brujería, lo que suponía que menos del 0,004 % de ellas murieron por presuntos pactos satánicos. Porque, contrariamente a lo que se cree, la Inquisición española nunca consideró que la brujería fuera un riesgo para la fe. Por lo general, el Santo Oficio se limitaba a exigir una abjuración y, en el peor de los casos, decretaba azotes y multas. Los reos, casi siempre mujeres, podían ser paseados por las calles sobre mulos y con un capirote en la cabeza. De esta guisa la humillación era evidente, pero no se llevaban a efecto castigos letales. Hubo desacuerdo si el enjuiciamiento correspondía a la jurisdicción ordinaria o al Santo Oficio. Finalmente fueron los Tribunales Inquisitoriales los responsables en juzgar las causas de magia satánica en España. Un hecho que libró a miles de personas de una muerte segura, a diferencia de Inglaterra y Alemania donde las víctimas se elevaron a cifras mucho mayores.
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