04/10/2020
 Actualizado a 04/10/2020
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Parece ser que otro de esos botellones que se organizan periódicamente en los campus leoneses ha terminado con varios contagios, aunque, como suele ocurrir en esta ciudad y en este país, nada se hizo por impedirlo. En España los botellones vienen a ser como las paellas, forman parte de la idiosincrasia y el acervo cultural-festivo de la nación, y se consideran una diversión gremial e irrenunciable. Este verano, en un pueblo de la montaña, leí un bando municipal que los prohibía y eso nos da una idea de su implantación: se consumen litronas en los confines más remotos. En esta práctica bárbara, socialmente aceptada por las autoridades y los padres de familia –incluso a sabiendas de que la protagonizan menores–, se halla una de las debilidades y majaderías más asombrosas del siglo XXI: la incapacidad de los adultos de frustrar a un joven, plegándose a sus caprichos como si fueran deseos sagrados.

Esto, para decirlo claramente, es algo que siempre ha sucedido, pero durante cientos o miles de años solo afectaba a un puñado de mocosos (normalmente hijos de nobles y pudientes que acababan convirtiéndose en psicópatas), pero no fue hasta finales del siglo pasado que pasó a ser algo común: al menos en Occidente, y no digamos en España, el número de chavales consentidos se ha vuelto enorme y creciente. ¿Y qué cabe esperar de un adolescente al que se le permite dar rienda suelta a sus instintos, sin ningún tipo de cortapisas? Pues que acaba bebiendo a morro en medio de una pandemia, mientras comparte palmadas con sus colegas ebrios y exaltados.

¿Entienden esto los padres? ¿Lo asimilan? ¿Son capaces de visualizar a su retoño mientras suelta un «vaya pedo, tronco, qué tal si nos metemos un tirito», más allá de que lo vean llegar con la mirada vidriosa y un montón de virus en las babas? No sé; visto lo visto, cuesta creerlo.

A la espera de que nos vuelvan a confinar a la carrera, salgan cenizas de las residencias y enloquezcan los sanitarios, tendremos que soportar estos dislates como si no hubiese más remedio. Como tenemos a la vuelta de la esquina las Navidades, propongo que este año los famosos santaclaus que trepan por las ventanas vayan también con mascarilla, porque entre los cuñados, las zambombas y los cotillones, aquí no se libra de una tercera ola ni el último paje de los Reyes Magos.
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