28/06/2020
 Actualizado a 28/06/2020
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Todo, casi todo, es materia para el lío en los niveles públicos. Ahora le ha llegado el turno a los festejos locales, cuya prohibición ha sido respondida con énfasis por algunos alcaldes, unos con fina ironía, otros con palabras gruesas sin más. Bien es cierto que tampoco hubo grandes explicaciones por parte de quien hizo pública la medida, el Vicepresidente de la Junta de Castilla y León, que se quitó de en medio con un simple: «no es un año que tenga especiales motivos de celebración, desgraciadamente».

Ni quitaremos ni daremos razones, aunque mucho podría decirse sobre las palabras de unos y otro representantes políticos, sobre todo por la simpleza de las mismas. Argumentaremos, sin embargo, que sí es posible celebrar otras fiestas locales alejadas del jolgorio, que es lo que al fin y al cabo las ha parasitado y las hace hoy imposibles en términos de cautela sanitaria. Las fiestas, como ciertas formas de turismo, efemérides universitarias o ceremonias sin clasificar, han sido convertidas en mera excusa para la melopea y la parranda. De ahí que un contexto como el actual es en realidad una oportunidad para desnudarlas de ese ropaje y ensayar unas formas diferentes que quizá, quién sabe, de tener éxito, podrían convertirse en pilar para la modificación de usos y costumbres tan desdeñados como consentidos. Esto supondría un trabajo notable de ingeniería festiva que es, posiblemente, lo que no se está dispuestos a hacer. Por tal motivo se opta por la prohibición y no se hable más. O sí, como hacen algunos alcaldes, en lugar de ocuparse de la ingeniería.

No es una cuestión ideológica. Sencillamente, no hay términos medios o no se buscan porque ello supone esfuerzo o se ignoran directamente. De ese modo no hay quien haga bollos en tales hornos, porque siempre hay alguien que atiza el fuego en lugar de atenuar la temperatura. No importa de qué se trate, como hemos tenido ocasión de comprobar a lo largo de estos tiempos excepcionales que nos ha correspondido padecer.
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