Bolera y parlamento

Las boleras se convirtieron, además de un lugar donde practicar este deporte autóctono, en un punto de encuentro para las gentes que habían abandonado sus pueblos

Fulgencio Fernández
17/04/2023
 Actualizado a 17/04/2023
La imagen de una tarde de bolos en los setenta, en una de las boleras más céntricas de la capital, lo dice todo, no necesita explicación. | FERNANDO RUBIO
La imagen de una tarde de bolos en los setenta, en una de las boleras más céntricas de la capital, lo dice todo, no necesita explicación. | FERNANDO RUBIO
Llegan las tardes de sol y buen tiempo, se nos acaba de ir uno de los históricos (El Cuadrao)... parecía inevitable, o cuando menos apropiada, una mirada a los bolos y las boleras.

Y Fernando Rubio guarda un buen número de imágenes de este deporte (y juego a la vez) en sus archivos. También rescata su descripción, tomada de la obra ‘Origen e Historia del Juego’ (Marta Negro Puig, 2011): «El bolo leonés remonta su origen a los ejercicios que realizaban los guerreros en la antigüedad para adiestramiento bélico, centrándose en el pulso, el fortalecimiento de los músculos y en el cumplimiento de normas de convivencia».

Con las imágenes de los bolos en los años setenta la primera reflexión es que no era, al menos en aquella década, un deporte femenino pues, explica Fernando: Se podría decir que es un deporte de machos, al menos en aquellos años. No lo digo a humo de pajas, sino por la observación detallada de las muchas fotografías que tengo en mi archivo, en las que no aparecen mujeres, no sólo jugando sino, ni siquiera, como observadoras. Ni en las boleras de los barrios, ni en los concursos de las Fiestas de San Juan y San Pedro en León, ni en pueblos como en Riaño. ¿La causa? la ignoro, seguramente, las habilidades desarrolladas en este juego, no serían útiles para la vida cotidiana de ellas».

También en este campo su acceso se dilató en el tiempo y no siempre fue fácil. Recuerda Paula, de Canseco y buena jugadora de bolos, una anécdota que ilustra bien esta situación: «No hace tantos años fui a apuntarme en un concurso con mi hermano, en un pueblo, y no me quería dejar el que lo organizaba, uno de ellos. Me planté y un hermano del que me negaba la posibilidad de lugar le hizo entrar en razón».

Ésa es otra historia, paralela a las imágenes que hoy tenemos, fundamentalmente de bolos y boleras en la capital, hace cincuenta años (las fotos son de 1972). «Aparte de mostrar la gran afición que existía por este deporte tradicional, se puede ver un retablo de imágenes de los espectadores que refleja la variedad de la sociedad leonesa de entonces, consecuencia, en parte, de la emigración del campo a la capital».


Recuerdo un viejo reportaje de La Crónica de León (por desgracia sin acceso a él) en el que se comprobaba acudiendo a las diversas boleras cómo ademásde acudir allí a la llamada de la afición se habían convertido en puntos de reunión e información pues se daba una curiosidad, que las gentes de las diferentes comarcas acudían a unas boleras determinadas en las que se encontraban con muchos antiguos vecinos de sus pueblos. Así todos los de la comarca del Torío y buena parte del Curueño tenían su punto de reunión en la bolera del barrio de San Mamés, los que habían tenido que abandonar Riaño se veían en la de Pinilla que, además, tenía (tal vez la siga teniendo) bolera del llamado bolo riañés (con bola redonda y birlando); y así sucesivamente en Pinilla, San Francisco, al lado del río en San Marcos, entre otras muchas.

Así se comprobaba cómo muchos de los asistentes no buscaban jugar, muchos se conformaban con mirar y, sobre todo, hablar, preguntar por las cosas y las gentes de los pueblos que habían abandonado. Decía uno de ellos, Pepe Sierra, de los habituales en San Mamés, donde regentaba un bar: «Cada domingo se hacía un arqueo de residentes, enfermos, bodas y otras novedades; en la bolera se enteraba uno de todo lo referente a sus pueblos, que gana mucho interés el conocerlo cuando estás afuera».

Y es que no había redes sociales, ni grupos de wasap, ni siquiera teléfonos móviles... las novedades viajaban de boca en boca y se remataban con un vino... y hasta otro domingo, que era el día grande de aquellos encuentros, como, por otra parte, es fácil deducir al observar las vestimentas de la mayoría de los jugadores que aparecen en las fotos de aquel 1972, cuando Fernando Rubio y su compañero José Luis Aguado posaron sus miradas en los bolos.
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